Silencio y metapsicología

Silencio y metapsicología [1]

 

…llevar al sujeto a “lo que habrá sido” (Das Gewesene);

Gewesen: literalmente: lo que ha “esenciado”.

Martin Heidegger [2]

 

 

En su curso, “¿Técnica del psicoanálisis?”, Braunstein propuso un esquema en cortocircuito que ilustra la constitución (o no) del sujeto de lo inconsciente: [3]

  

Es en relación a la Cosa (para efectos prácticos, categoría identificada a la madre, objeto del deseo), que un presujeto se melancoliza. El Falo (Φ) marca su imposibilidad de acceso a la Cosa y es, por ello, el significante de la ausencia que pivotea el genitivo bidireccional –subjetivo y objetivo– expresado en el sintagma “deseo de la madre”. No obstante, esa restricción debe ser significada, articulada como castración.

Si en este punto (anterior a la intervención del Nombre-del-Padre) se detuviera el proceso, la psicosis sería el efecto; es decir, cristalizaría un sujeto del goce coagulado al Otro primigenio. En ese caso, el sujeto estaría imposibilitado para alcanzar los significantes que no están en su estructura. Nada podría ocupar el lugar de lo forcluido (Verwirft), impensable en el discurso, pues en las psicosis el goce del ser comanda, goce maldito, mal-dicho, maledictum.[4] La palabra no acude a mitigar la lesión infligida por las impresiones originarias. No hay metáfora que alivie la inclemencia de lo real, no hay sucesión significante, la concatenación simbólica está interrumpida. El codicilo permanece y el canto del Uno carece de augur.

Si la secuencia del esquema propuesto continuara (Nombre-del-Padre mediante), advendría un sujeto escindido, atenazado por alguna variante de la neurosis. De este modo, si el Nombre-del-Padre interviene sustituyendo al Deseo-de-la-Madre se tendrá un sujeto de lo inconsciente, consecuencia lógica de la metáfora paterna, performativa de suyo por –a un tiempo– salvar al sujeto de un goce mortífero, minusculizar el Falo (Φ) transustanciando lo simbólico en imaginario (–φ), vectorizar la ley de prohibición del incesto, instaurar la amenaza de castración y condenar a la búsqueda del deseo en todo aquello que haga semblante de causarlo (a).

Y lo anterior se cumple aún en aquellos casos donde, finalizado el proceso del circuito, el sujeto desmiente su trayecto pretendiendo que el goce originario es susceptible de ser recuperado, teniendo como resultado la perversión.

La cadena significante (S1S2Sn) parte del Nombre-del-Padre (S1), se liga a lo inconsciente –ese saber insabido (S2)– y al resto de significantes posibles (Sn). Que lo inconsciente se estructure como discurso evidencia la cisura que de ahí en más determinará al sujetado (a la ley, al deseo, al Estado; en suma, al lenguaje mismo). Los objetos a serán los polvos de aquel lodo originario que en retroactiva se constituirá como el objeto de la melancolía (del que llegamos a sentirnos privados sin haberlo tenido nunca). [5]

Si lo antedicho se liga a la consecutiva sedimentación del aparato psíquico propuesta por Freud en la “Carta 52” [6] (y que Braunstein repiensa),[7] pueden inferirse diversos tipos de silencio de orden metapsicológico que, a continuación, se intentarán mostrar.

 

 

I

II

III

 

      W

      Wz

      Ubw

       Vb

         Bew

Impresiones

Ello

Inconsciente

Preconsciente

Fading $

Goce perdido

Ciframiento

Descifrado

Sentido

Goce recuperado

 

Figura 2. Superposición de “Carta 52” y tópicas freudianas

 

 

Wahrnehmungen (percepciones)

 

Decía Lacan que “el goce no se aprehende, no se concibe, sino por lo que es cuerpo”. [8] Hay aquí un primer silencio implicado: el cuerpo es depositario de un goce insusceptible –en este punto– de ser dicho; se trata de un goce consustancial a la indecibilidad. El deseo (inarticulable) del Otro se trasunta como goce encarnado en el cuerpo del crío, quien sólo advendrá como sujeto del significante en la medida en que haga eco a la voz que lo requiere. Es así que el cuerpo de la criatura, por estar a merced de una linotipia deseante, ve echada su suerte.

Wahrnehmungen es también el campo inmemorial de las percepciones que troquelarán la estampa primera, escenario de la incidencia sobre el futuro sujeto de un real crudo que en él hace muesca, Real-Ich, recinto de la Cosa. Por tratarse de una vivencia (todavía) no cribada por lo simbólico, puede señalarse un silencio previo y externo al lenguaje: el silencio de lo real. Pero hablar de anterioridad entraña un riesgo porque se trata aquí de tiempos lógicos.

En efecto, como hablar de verbo y goce plantea el complejo problema de la génesis, supóngase para ambos una emergencia simultánea, de mutua determinación: el lenguaje signa una pérdida que, por articularse, se instituye, al tiempo que no hay lenguaje sino por instancia de una pérdida que sólo podrá ser evocada, nunca disuelta ni mitigada.

Bien se ve que “el goce no es anterior sino que se constituye en la retroactividad de la palabra, como el saldo que ella nunca consigue reintegrar, como lo que produce y deja atrás en su progreso”. [9] Manita zurda la del sujeto: va borrando lo recién trazado; su escritura no reincorpora el goce antiguo, ése que es motor de todos sus afanes.

Así, el Yo-real originario freudiano (Real-Ich) [10] y el sujeto del goce lacaniano (sujet de la jouissance) [11] –en muchos sentidos equivalentes, según una muy detallada argumentación de Braunstein– [12] son previos a la incidencia significante y no podría caracterizarlos algo distinto al silencio que en todo principio impera.

Es a propósito de este registro que Freud afirma: “La consciencia (sic) y la memoria se excluyen mutuamente ya que a las percepciones originarias se vincula la consciencia pero éstas no conservan traza de lo acontecido”. [13]

 

 

La Cosa

 

Según la definición de Lacan, “la Cosa [es] aquello que de lo real padece del significante” (la Chose […] ce qui du réel pâtit du signifiant). [14] El sujeto es expulsado de lo real, deportado; el agente de migración que lo notifica es el lenguaje, cuya primera manifestación (así sea del orden del grito) produce al silencio como aquello anterior a la Cosa misma. El trajín pulsional no tiene otro propósito que la reintegración a ese hueco (silente) que es axial en dos sentidos: por concernir a un eje (el centro del toro) y por constituir la finalidad de una empresa (la pulsional).

Por lo anterior, si se optara –no por una traducción sino por una interpretación sensible a la orientación de los conceptos disectados a lo largo del seminario 7– podría traducirse: la Cosa es aquello de lo que el significante padece; pues decir “aquello de lo real que padece del significante” es poco claro (incluso interpretando: “como se diría de alguien ‘que padece de catarro’, que padece del síntoma”). [15]

Si a lo real mudo nada le falta, ¿qué de lo real podría padecer por algo? Es al sujeto hablante a quien le falta algo (por eso habla), y es esa palabra la que padece del real improferible, la que adolece del objeto del deseo añorado, causa y efecto de la demanda que implora una imposible reintegración a lo innominado.

El síntoma, silencio entramado al goce, habita “las afueras” de la palabra; rige ahí un dinar ajeno al simbólico, liso y sin inscripción alguna. De ahí que si el discurso desgocifica, el síntoma reinstituye los fueros del goce (lo reincorpora en las conversiones histéricas, por ejemplo). Pareciera una reedición del sinsentido propio del ello, punto bifaz que media entre lo cifrado y el eventual desciframiento. En este sentido, la neurosis también es de naturaleza bifronte en relación al goce: lo asila y desaprueba, consiente y desestima, ampara y desconoce.

En cualquier caso, decir(se) es admitir ser vástago del silencio; hablar es la enunciación de un acto que funda la Cosa: declaro instaurado el vacío en función del cual bregaré sin respiro es el performativo que crea un acontecimiento: el de la nostalgia por un goce ya para siempre (y desde siempre) perdido. Adviértase que “la enunciación no tiene más contenido (más enunciado) que el acto por el cual ella misma se profiere”, [16] por lo que dicha en primera persona y en presente deviene performativa. Así, la referencia para toda enunciación es el goce, real que empuja al decir que nunca lo abarca.

Acceder a lo simbólico es un acto que (igual que los enunciados performativos mismos) puede reproducirse, mas no repetirse, “porque cada reproducción constituye un acto nuevo y distinto y, si la reproducción es una repetición, pierde su carácter performativo”. [17] La analogía nos lleva a proponer que en cada silencio de la situación analítica se evoca el goce aquel: renegar de la palabra es reproducir, simular, hacer mímica del vacío anterior por el que la palabra fue posible.

Si desear es creer posible el retorno al goce, se precisa entonces formular esa demanda específica. Mas hablar es privarse del goce al que se propende. No deja de admirar que una voz castellana relacionada con el destete sea escosa: “Dícese de la hembra de cualquier animal cuando deja de dar leche”; [18] escosa, esCosa, es(la)Cosa. Sirva esta metáfora para recalcar que la Cosa es el “punto cero del lenguaje”  [19] evocado en toda demanda. “Pero esta liberación, la voz humana que suscita el eco donde no había antes sino silencio […] este abrupto destete, del que la mitología antigua tiene una inquietante conciencia, ha dejado sus cicatrices. [De ahí] el sombrío atisbo de Freud de la nostalgia del hombre, de su oculto deseo de sumergirse otra vez en una etapa temprana e inarticulada”. [20] Sed del silencio primero, ansia de reintegrarse al goce inveterado.

Para ganar la sujeción a lo simbólico, nada mejor ni peor podría sucedernos, pues “el objeto humano se constituye siempre por la mediación de una primera pérdida. Nada fecundo le sucede al hombre sino por la mediación de una pérdida del objeto […] el sujeto siempre tiene que reconstituir el objeto, buscar reencontrar su totalidad a partir de quién sabe qué unidad perdida en el origen”. [21] Freud decía que el melancólico sabe lo que pierde más no lo que con ello pierde; el sujeto del significante habrá sabido lo que pierde (y lo que con ello gana) en tanto renuncie a la sujeción del goce primigenio.

Véase este pasaje que por hablar de “otra cosa” –por alusión– de ella habla: “Y así queda bajo ella, separado de sí, enajenado; y fue su única ventura el buscarla […] al echarla de menos y al padecer por su falta, y al llorarla cuando cree estar llorando otra cosa. Todo llanto es por algo perdido entonces, inicialmente, pues el que se nos pierda todo procede de ahí. […] Y será […] la palabra siempre quien habrá de acudir a sostener la inocencia desvalida”. [22] Difícil ilustrar mejor cómo el dique lenguajero marca el limen de los goces.

Silenciándose, el analista invita al vértigo de abismarse en lo indecible, pues “convoca en el paciente un decir, una palabra que no diría otra cosa que la pérdida que lo hace hablar, el acto que origina su interrogación”. [23] Con toda justicia puede afirmarse que somos “hijos de Ausencia y de Silencio”. [24]

Ese real neto de la Cosa donde norma un goce crudo precede a toda significación y, a un tiempo, es efecto de ésta. El silencio con el que las pulsiones operan es el mismo que en los ámbitos de la Cosa rige. La brega pulsional no es sino la incesante pugna por reconquistar la plenitud de ese goce del ser (el del cuerpo lacerado en su carnadura por aquellas percepciones fundantes), proscrito por la interdicción del lenguaje. Hubo pues un silencio indemne, ultimado por la lesión de la palabra.

Aclárese que referirse a un tiempo anterior a la simbolización no equivale a suponer una realidad prediscursiva: la Cosa, real previo a la significación, no es sino una suposición lógica que la significación misma permite: “No hay ninguna realidad prediscursiva. Cada realidad se funda y se define con un discurso”. [25]

Siguiendo el esquema inicial, se transita “de la Cosa al falo […] ése es el sentido de la ruta freudiana. […] El proceso de la subjetivación puede entenderse como una sucesión de migraciones, exilios y vaciamientos del goce”. [26] Es así como el Falo marca el pasaje de la Cosa al deseo.

 

 

El Falo

 

Es este el significante sin par que “está ausente de la cadena, es impronunciable, es el círculo que se traza como -1 respecto de lo que puede decirse”. [27] Hay aquí tres rasgos que entrelazan al Falo con el silencio. Más aún: por ser referencia muda para todos los demás significantes, el Falo se homologa al silencio porque significa la falta misma de significante.

Arriésguese hablar del Falo como un silencio en tránsito, Jano bifronte que por un lado mira a lo real de la Cosa donde impera el silencio absoluto y, por el otro, avista la metáfora paterna que de lo peor salva. El Falo es la liminalidad misma, el umbral donde la castración simbólica padece aún de impronunciabilidad. Como agente simbólico de la castración, el Falo acota los confines del goce y del deseo.

 

 

El Nombre-del-Padre

 

“Lo que el Nombre-del-Padre ‘produce’ es la significación fálica, pero él es, a su vez, un sustituto articulable, decible, del Falo, significante del goce, fuente inarticulable de la palabra”. [28] Así, la faz silente del Nombre-del-Padre es el Falo; lo que de éste (inexpresable en principio) se transustancie para ser susceptible de proferición (la significación fálica misma, –φ) se articulará por la metáfora paterna. Pues es por la castración (–φ) que el sujeto desea. [29]

Ser sujeto de lo simbólico es transitar del goce del ser al deseo. Ser sujeto del lenguaje es, pues, optar por la demanda que no logra articular a cabalidad el deseo que la causa; es hacer del goce el edén perdido que en la palabra se rebusca. Dicho de otro modo: el deseo es “la metonimia de la falta en ser”; [30] y la privación que la falta en ser implica es simbolizada por un significante preciso: el Falo. [31]

Mas decir implica siempre un remanente: lo indecible que persiste en lo que va de la Cosa al Falo y de éste al Nombre-del-Padre; del deseo a la demanda; de la impresión a la percepción signada y de ésta al inconsciente; de la representación-cosa a la representación-palabra; del referente al signo y de las cosas a las palabras.

 

 

Wahrnehmungszeichen (signos de percepción)

 

Retomando la “Carta 52” de Freud: es en este ámbito de los signos de percepción donde impera el silencio de las pulsiones de muerte, pues la voz Wahrnehmungszeichen designa un revoltijo presignificante que corresponde al Ello freudiano; se trata de una signatura gocera primigenia, escritura aún ilegible, sopita de letras empaquetada, impresión vuelta percepción cifrada, sincrónica, pre-subjetiva. Puede deducirse entonces que en el registro fundante (Wahrnehmungen) reina un silencio pleno que adviene cifrado al primer sistema (Wahrnehmungszeichen). Se trata, en suma, de un silencio cifrado que, en su condición inefable, prefigura lo que en el inconsciente será indecible.

Lacan lo razonó en un sentido inverso –no del Ello al inconsciente como esquemáticamente se propone aquí, sino al revés– al sostener que Freud articula el Ello como un lugar de silencio. El Ello, propone Lacan, “es el inconsciente cuando se calla. Ese silencio es un callar”. [32] Si el silencio es anterior a la palabra y el callar posterior a ésta, Lacan sugiere que el goce descifrado, el discurso que diacroniza los signos de percepción, adolece en toda proferición de lo indicho. Pero esta dimensión de inefabilidad es ya posterior a la palabra y por tanto es un callar. Las percepciones (W) y los signos de percepción (Wz) son los recintos del silencio; y porque el inconsciente (Ubw) no descifra (cómo podría, habiendo una represión primordial), todo lo que en el Ello es notación gocera, éste es –en retroacción– el callar de aquél.

Con todos los riesgos que implica, puede suponerse una correspondencia entre esta primera transcripción del aparato psíquico (Wz) y el Falo, por tener en común una significación encriptada aún, esto es, sincrónica. Los signos de percepción no son significantes, y aún no traducen significancia alguna, tal como el Falo (Φ) adviene articulable sólo en su vertiente minusculizada y negativa (–φ).

Braunstein postula que este estrato de la “Carta 52” (Wz) puede homologarse al Ello de la segunda tópica freudiana. [33] No parece forzado inferir lo siguiente: si el Ello es el caldero de las pulsiones y el Falo representa la inaccesibilidad a la Cosa, los signos de percepción (Wz) constituyen la faz silenciosa de lo inconsciente como el Falo sigila lo que sólo el Nombre-del-Padre (S1) permitirá articular al eslabonarse con el saber ignorado de lo inconsciente (S2) y con el resto de la cadena (Sn).

De acuerdo con lo hasta aquí expuesto, el sujeto atravesado por el lenguaje queda en medio de dos goces: uno previo, irrecuperable como la Cosa misma y otro venidero, ligado a los objetos del deseo que, en lo imaginario, representan al Falo mismo (y a los que éste conferirá una significación signada por la castración misma). Dicho de otro modo: es porque el sujeto es trasterrado del goce ancestral que adviene deseante.

 

 

El deseo

 

Puesto que el deseo exige amagar su articulación bajo la forma de una demanda, el goce primigenio (transido de castración) muda su condición a goce fálico. Hay entonces una dimensión silenciosa –la del deseo–, fracturada en la demanda que busca la transustanciación de aquél, su apalabramiento: la técnica psicoanalítica trabaja en función de tal posibilidad.

“Se anuncia una ética, convertida al silencio, por la avenida no del espanto, sino del deseo: y la cuestión es saber cómo la vía de la charla palabrera del psicoanálisis conduce a ella”. [34] Se trata de que en el dispositivo analítico se logre “crear riesgo con la sola palabra y elevar a apuesta lo que hubiera podido ser sólo palabrería”. [35] Al respecto, Lacan fue muy claro: “el sujeto es propiamente aquel a quien comprometemos, no a decirlo todo, que es lo que le decimos para complacerlo –no se puede decir todo– sino a decir necedades, ahí está el asunto. Con estas necedades vamos a hacer el análisis, y entramos en el nuevo sujeto que es el del inconsciente”. [36]

En un proceso analítico, buscando la palabra justa nos topamos con el extravío que todas las demás entrañan. Traducir (sin traicionar) lo inefable –el deseo– es la empresa analítica. En efecto, “las palabras todas aluden a una palabra perdida. Se la siente […] en la garganta misma, cerrando con su presencia el paso de la palabra que iba a salir”. [37]

Ahora bien: “El deseo es una relación de ser a falta. Esta falta es, hablando con propiedad, falta de ser. No es falta de esto o de aquello, sino falta de ser por la cual el ser existe. Esta falta está más allá de todo lo que puede presentarla. […] El deseo, función central de toda la experiencia humana, es deseo de nada nombrable”. [38] Y dado que la palabra que falta no es más que el efecto de la falta en ser, nos topamos en análisis con un sujeto cuyo deseo “es previo a cualquier especie de conceptualización [mas] toda conceptualización sale de él”. [39] Es ésta la paradoja: el sujeto de lo inconsciente fracasa cada vez en el intento de apalabrar un deseo anterior a toda forma de conceptualización, pero esta anterioridad es futura (de ahí que lo analítico se conjugue en futuro anterior), ya que es por el deseo que el apalabramiento adviene. De todo discurso, el deseo es causa antecedente (léase la Cosa) y causa consecuente (objetivada en cualquier objeto que cause el deseo mismo, esto es a). [40]

“Fundamentalmente, cuando Freud habla del deseo como resorte de las formaciones simbólicas, del sueño al chiste pasando por todos los hechos de la psicopatología cotidiana, siempre se trata del momento en que lo que llega a la existencia por medio del símbolo no es todavía, y por lo tanto no puede en forma alguna ser nombrado”. [41] Enfatícese la expresión no es todavía, por demás ambigua: que algo acceda a lo simbólico no implica indefectiblemente que pueda llegar a ser nombrado. Se entiende así que el deseo permanezca inarticulable aun cuando ya esté articulado. Se trata de la misma relación –si seguimos a Hjemslev– que guardan los planos del contenido y de la expresión con el referente: lo referido irrumpe en lo simbólico aunque entre la realidad y lo real persista un saldo. En la demanda, el deseo no es todavía (cómo podría); y en lo simbólico (contrariando a Lacan) nunca será nada (salvo el resto improferible, el saldo insaldable).

Así, toda demanda acusa en su enunciación un déficit: el deseo mismo, que exige servirse de aquella para ir más allá si ha de tomárselo a la letra, lo cual significa que las impresiones goceras en el cuerpo, las Wahrnehmungen de las que habla Freud en la “Carta 52”, son del deseo la letra (percepción signada mediante) que tiene su lector en el inconsciente. Por tal lectura se abre paso la subjetividad que avanza a los tumbos por un desfiladero: de un lado, se alza la carne herrada por el goce; de otro, los decires que flanquean la siempre lábil cicatriz. De ahí que el deseo sea menos esperanza que evocación de aquel primer embate del goce en la otrora carne (a)signada (a un presujeto), desdicha (ser iletrada era su desventura), aún no alzada en vilo por el gancho del lenguaje.

Dicho esto, señálese por último que en el registro de las impresiones (Wahrnehmungen) y en el de los signos de percepción (Wahrnehmungszeichen) hay dos sigilos implicados –de muy distinta naturaleza– sobre los que operará un segundo sistema, el de lo inconsciente.

 

 

Unbewusste (inconsciente)

 

Aquí el lío de los signos de percepción se diacroniza instituyendo la dotación significante: lo real de las impresiones y el goce cifrado acceden así al universo de las diferencias. La condensación y el desplazamiento serán los vehículos de tal desciframiento. De ahí que pueda afirmarse que “lo que Freud articula como proceso primario en el inconsciente […] no es algo que se cifra, sino que se descifra. Yo digo: el goce mismo”. [42]

El proceso primario es entonces la caja de resonancia donde el silencio imperante en la Cosa empieza a hacerse oír. El pasaje del goce al deseo –del Falo (Φ) al falo (–φ), del Deseo-de-la-Madre al Nombre-del-Padre– traduce una especie de desciframiento sonoro; lo real (vuelto realidad psíquica) se hace audible. Discurso mediante, es lo inconsciente el receptáculo de ese clamor. De nuevo, se tiene aquí la faz sigilada (en tanto lo inconsciente siga siendo “aquella parte del discurso concreto en cuanto transindividual que falta a la disposición del sujeto para restablecer la continuidad de su discurso consciente”); [43] pero se trata de un silencio amplificado al ya ser susceptible de estructurarse como un lenguaje. Lo que habrá sido dicho será el efecto de un desciframiento, que en lectura retroactiva dará trazas de lo que hasta entonces habría permanecido cifrado.

De ahí que el cero (la Cosa), sea el efecto retroactivo del -1 (el Falo). El uno (Nombre-del-Padre), produce la significancia del Falo en forma de castración, y en la medida que hace cadena con el dos de lo inconsciente (S2) desencripta lo otrora cifrado fracasando en su intento por apalabrar lo inefable (el deseo). Al sujeto de lo inconsciente puede llamársele con justicia –en términos retóricos– sujeto sinecdoquiano por estar condenado a tomar la parte (die Sache) por el todo (das Ding).

“El inconsciente, a partir de Freud, es una cadena de significantes que en algún sitio (en otro escenario, escribe él) se repite e insiste para interferir en los cortes que le ofrece el discurso efectivo y la cogitación que él informa”. [44] Del goce descifrado informa el inconsciente, del goce desincorporado (es decir del goce del ser que ha sido expulsado de su recinto que es el cuerpo), goce falicizado, si fuera permitido decirlo así.

Así, traspuesto al discurso, el goce es un trasterrado del cuerpo, pues “hacer pasar el goce al inconsciente, es decir a la contabilidad, es en efecto un redomado desplazamiento”. [45] De no tener lugar esta auditoría al goce, el balance tributario sería catastrófico. El déficit obligaría irreversiblemente a la liquidación de la empresa subjetiva y el pasivo de este inventario sería un silencio letal.

Ahora bien, dado que el desciframiento no es total, subsiste un residuo, silente. Callando, el analista propicia que el analizando intente la puesta en letra de su goce; el inconsciente deletrea (decodifica) al Ello en un proceso que cualquier palabra del analista entorpecería.

En su largo periplo, sólo jirones de goce acceden a la palabra: del tatuaje que es en el cuerpo –marca temprana e indeleble (W)–, el goce se signa (Wz) para después ser descifrado (Ubw) y dotado de sentido (Vb). De los retazos que del goce emergen en lo oral, habrá que restituir lo que se precise para que el deseo lo condescienda. “El cuerpo es la plancha o tabla vacía, el escenario, el libro, el disco acuñado por las inscripciones o grabaciones cifradas. El análisis será así un proceso de lectura con aguja (estilo) o rayo láser que haga audible lo que está inscripto y desconocido para el sujeto: el goce mismo”; [46] pero si “el inconsciente es, por su esencia y existencia, lo que resiste a la traducción”, [47] el disco de esta metáfora tendrá siempre una franja que la aguja recorrerá en silencio, reinterpretando la pista 4’33” que en 1952 escribiera John Cage; el láser testifica un silencio que nunca transigió ser audible. Dicho de otra manera: no todo lo registrado en el cd podrá ser reproducido por el fonograma; para el surco del goce no hay análisis de tal fidelidad.

Se trata entonces de reencontrar un goce transido de deseo. Instrumentar la técnica que tal propósito precisa es labor del analista. Y aunque el deseo es lo que no puede decirse, hay que intentar tal proferición en presencia de un otro silente para saberla imposible. Pero el analista no es sólo un testigo silente de lo que en un análisis acontece: su silencio escenifica un acto que acota el goce al que insta. Si callar no es dejar de decir, el silencio del analista evidencia, como proferición sigilada, su postura ética.

En los textos jesuíticos se habla de un “saber bien hablar”, homólogo a la ética del bien decir. San Basilio afirma que “esa ciencia de saber bien hablar no se puede aprender sino callando y ejercitándose mucho en el silencio”. [48] Hay entonces una ética consustancial a la del bien decir: la del bien callar, que tanta pericia requiere.

Así las cosas, si el Ello es el caldero de las pulsiones mudas, el Inconsciente (Unbewusste) es el sistema donde el silencio consustancial al goce imperante en las Wahrnehmungen comienza a hacerse oír: gracias a la palabra, el goce (otrora silencio encarnado) se desincorpora perdurando –no obstante– inefable; su indecibilidad es el sustrato sin el cual no va análisis alguno.

Por tanto, el lenguaje es tamiz del goce y lo así destilado es discurso. Y del decir, el goce es la sustancia que en lo inconsciente adviene palimpsesto en tanto, de aquella otra escritura asistemática del primer sistema (Wahrnehmungszeichen) conserva las huellas.

 

 

Vorbewusste (preconsciente)

 

Es esta la tercera transcripción de la “Carta 52” que va de lo inconsciente a lo preconsciente, y donde lo que es estructurado como un lenguaje cobra sentido.

El débito del significante con el goce es siempre el silencio que no logró integrarse a lo simbólico. El pignorante lo es en dos sentidos: su empeño es articular un goce que a cambio exige dejar un silencio en prenda.

 

 

El objeto a

 

Entre el signo y su referente –ya se sabe– hay un inefable. Cada palabra acusa el sello de su origen: el silencio que persiste en lo indecible. Ni para decir lo que en cada una queda sin ser dicho alcanzan todas las palabras.

Este real “in-significante” (objeto a) es distinto al real primordial de la Cosa; la palabra media entre ambos imperando un tiempo lógico. ¿Qué tipo de silencio sería el propio del objeto a y en qué se diferenciaría del de la Cosa? Quizá pudiera establecerse la misma diferencia que entre el silencio y el callar existe: el uno, anterior a la palabra, correspondería al silencio de la Cosa; el otro, posterior, sería correlativo al objeto a.

El silencio ligado a la Cosa es evidenciado por el Falo: siendo significante permanece, sin embargo, mudo; en espera (en el más deseable de los casos) del Nombre-del-Padre, significa lo todavía-no dicho. En cuanto al carácter del silencio segundo, el objeto a es el vestigio insusceptible de discurso, propulsor y causa del deseo que en la demanda tampoco logra enunciarse. Lo “no-ya dicho”, lo simbólicamente irreductible, lo que en toda articulación queda por ser expresado, lo que en una lengua universal (perfecta, utópica) [49] igual persistiría indicho es a, mentís de la glotomanía.

Entre lo todavía-no dicho y lo no-ya dicho se juega la estructura del sujeto. Si lo primero es atenazado por el Deseo-de-la-Madre, el significante troncal de la cadena quedará forcluido; si lo segundo no cesa de escribirse, será la Ley lo que yugule al sujeto.

Refiere Nasio que, el 2 de diciembre de 1975, Lacan dijo: “El analista es ese semblante de residuo a y, en tanto lo es, interviene en el nivel del sujeto $, es decir, de lo que está condicionado 1) por lo que él enuncia, y 2) por lo que él no dice. […] El silencio corresponde al semblante del residuo”.  [50]

Se ha dicho que “el silencio lo contiene todo dentro de sí; no está a la espera de nada”. [51] No obstante, el silencio del analista no se adecua a lo anterior porque, haciendo semblante del indecible goce, está a la espera de un decir (goce fálico) que demarque los bordes en que el goce mismo se bifurca instaurando un más acá del significante (goce del ser) y un más allá (goce del Otro). [52]

 

 

NOTAS

 

[1] Este ensayo fue incluido en: Alfonso Herrera. Silencio y psicoanálisis. Una retórica de lo inconsciente, Bloomington, Indianápolis,  Palibrio, 2017, pp.

 

[2] Martin Heidegger. De camino al habla [1959], Barcelona, Odós, p. 140.

 

[3] Véase: Néstor Braunstein. El goce. Un concepto lacaniano [2006], México, Siglo xxi, 2006, p.97.

 

[4] Nasio se pregunta si hay un silencio propio de la represión y otro específico ligado a la forclusión, proponiendo la siguiente hipótesis: el silencio de la represión opera sobre algo ya existente mientras que el de la forclusión incide sobre algo no advenido. “Este distingo se relaciona con el que retoma Lacan de los antiguos, entre el silencio del taceo y el silencio del sileo. Taceo significa callarse, acallar en sí algo existente, mientras que sileo significa la vacancia de algo nunca advenido. A diferencia del silencio activo de la represión, que corresponde al taceo, el de la abolición forclusiva parará en el sileo”. Véase: Juan David Nasio. “Debate. Jean-Richard Freymann, Jacques Felician, Juan David Nasio, Christian Oddoux”, en: J. D. Nasio (ed.), El silencio en psicoanálisis [1987], Buenos Aires, Amorrortu, 1999, p. 111. Nasio alude a una clase del seminario 14; véase: Jacques Lacan. El Seminario. Libro 14. La lógica del fantasma (1966-1967). Versión mimeografiada. Clase del 12 de abril de 1967.

 

[5] Afirma Barthes que “ciertos idiomas como el chinook suponen varios pasados, uno de los cuales es el pasado mítico”, lo que sería muy útil en nuestra lengua para designar los recintos de la Cosa. Roland Barthes. “Escribir, ¿un verbo intransitivo?” [1966], en: El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y la escritura [1984], Barcelona, Paidós, 1987, p. 26.

 

[6] Sigmund Freud. Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904), Buenos Aires, Amorrortu, 1986, p. 219.

 

[7] N. Braunstein, op. cit., p. 189.

 

[8] J. Lacan, El Seminario. Libro 13. El objeto del psicoanálisis (1965-1966). Versión mimeografiada. Clase del 27 de abril de 1966.

 

[9] N. Braunstein, op. cit., p. 181.

 

[10] S. Freud, “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915), en: Obras completas, t. xiv. Trad. de José L. Etcheverry. Buenos Aires, Amorrortu, 1986, pp. 129-130.

 

[11] Véase: J. Lacan, El Seminario. Libro 10. La Angustia (1962-1963), Buenos Aires, Paidós, 2006, pp. 189-190; J. Lacan, El Seminario. Libro 16. De un Otro al otro (1968-1969), Buenos Aires, Paidós, 2008, pp.131 y 292; J. Lacan, “Presentación de las Memorias de un neurópata” (1966), en: Otros escritos [2001], Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 233.

 

[12] José Luis Etcheverry traduce Real-Ich como yo-realidad; lo mismo hace Fernando Cervantes Gimeno (véase: Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis. Diccionario de psicoanálisis [1968], Barcelona, Labor, 1981, pp. 472-474.). Braunstein parece zanjar el diferendo explicando que en el escrito de 1911, relativo a los dos principios del suceder psíquico, Freud postula un Yo-real que presupone el reconocimiento del principio de realidad (pudiendo accederse así a la idea de un yo-realidad). Pero no se trata de una discrepancia en la traducción sino de un yerro, pues ese yo-realidad de 1911, reelaborado en 1924 como yo-realidad definitivo, debe distinguirse del Yo-real de 1915. A la confusión entre estas nociones contribuyeron Strachey y el vocabulario de Laplanche y Pontalis, desorientando al propio Lacan. Véase: N. Braunstein, op. cit., pp. 109-112.

 

[13] S. Freud, “Los orígenes del psicoanálisis”, en: Obras completas, t. xxii. Trad. de Ludovico Rosenthal. Buenos Aires, Santiago Rueda, 1954, p. 209.

 

[14] J. Lacan, El Seminario. Libro 7. La ética del psicoanálisis (1959-1960), Buenos Aires, Paidós, 1992, p. 154.

 

[15] N. Braunstein, op. cit., p. 41.

 

[16] R. Barthes. “La muerte del autor” [1968], en: op. cit., p. 69.

 

[17] Helena Beristáin. Diccionario de retórica y poética [1985], México, Porrúa, 1985, p. 25.

 

[18] Martín Alonso. Diccionario del español moderno [1960], Madrid, Aguilar, 1982, p. 443.

 

[19] N. Braunstein, op. cit., p. 89.

 

[20] Georges Steiner. Lenguaje y silencio [1976], México, Gedisa, 1990, p. 64.

 

[21] J. Lacan. El Seminario. Libro 2. El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica (1954-1955), Buenos Aires, Paidós, 1983, p. 208.

 

[22] María Zambrano. De la aurora [1986], Madrid, Turner, 1986, pp. 66-67.

 

[23] Liliane Zolty. “El psicoanalista a la escucha del silencio”, en: J. D. Nasio (ed.), op. cit., p. 194.

 

[24] François-Daniel Villa. “El mutismo del niño autista. ¿Una promesa de silencio?”, en: J. D. Nasio (ed.), op. cit., p. 186.

 

[25] J. Lacan. El Seminario. Libro 20. Aún (1972-1973), Buenos Aires, Paidós, 1975, p. 43. Hablando de la relación entre el escritor y el lenguaje, Barthes afirma: “no decimos que el escritor retorna al origen del lenguaje, sino que el lenguaje es el origen para él. […] El hombre no preexiste al lenguaje, ni filogenéticamente, ni ontogenéticamente” [lo que también vale para la metapsicología]. “El discurso no es tan sólo una adición de frases, sino que en sí mismo constituye, por así decirlo, una gran frase”. R. Barthes. “Escribir, ¿un verbo intransitivo?” [1966], en: op. cit., pp. 25 y 26.

 

[26] N. Braunstein, op. cit., p. 43.

 

[27] Ibid., p. 90.

 

[28] Ibid., p. 96.

 

[29] Idem. Ahí se sostiene y argumenta que en la fórmula lacaniana de la metáfora paterna el falo debe escribirse con minúscula (no con mayúscula, como lo hace Lacan).

 

[30] J. Lacan. “La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958), en: Escritos [1966], vol. 2, México, Siglo XXI, 1999, p. 602. Tomás Segovia traduce “manque à être” como “carencia en ser”. “Falta en ser” parece más adecuado, como habitualmente traducen Diana Rabinovich y Jacques-Alain Miller en las versiones castellanas de los seminarios de Lacan.

 

[31] Véase: J. Lacan. “Ideas directivas para un congreso sobre sexualidad femenina” (1958/1960), en: op. cit., p. 708; J. Lacan. “En memoria de Ernest Jones: Sobre su teoría del simbolismo” (1959/1960), en: op. cit., p. 688.

 

[32] J. Lacan. El Seminario. Libro 21. Los no incautos yerran (1973-1974). Versión mimeografiada. Clase del 11 de junio de 1974. Debería permitirse colocar la ye del título entre paréntesis, para enfatizar el equívoco que sugiere por igual yerro y extravío: Los no incautos (y)erran. O en su defecto, sin mermar el espectro semántico, podría traducirse simple y llanamente Los no incautos erran.

 

[33] N. Braunstein. op. cit., p. 91.

 

[34] J. Lacan. “Observación sobre el informe de Daniel Lagache: ‘Psicoanálisis y estructura de la personalidad’” (1960), en: op. cit., p. 663.

 

[35] Colette Soler. “El efecto Jacques Lacan”, en: de Cossé Brissac, Marie-Pierre, Dumas, Roland y Giroud, Françoise, ¿Conoce usted a Lacan? [1992], Barcelona, Paidós, 1995, p. 49.

 

[36] J. Lacan. El Seminario. Libro 20 (1972-1973), Aún, p. 31.

 

[37] María Zambrano. Claros del bosque [1964-1971], Barcelona, Seix Barral, 1977, p. 87.

 

[38] J. Lacan. El Seminario. Libro 2. El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica (1954-1955), pp. 334-335.

 

[39] Ibid., p. 337.

 

[40] Es así como las cosas (die Sache) hacen las veces de paliativos en relación a la Cosa (das Ding), como bien se observa en el esquema que sirve de guía a esta sección (véase: N. Braunstein, op. cit., p. 82). Se impone un matiz: decir “previo” no corresponde a la naturaleza lógica de la relación que guardan palabra, deseo y demanda. Porque se desea, se demanda, pero el deseo mismo es remanente de la demanda. Así, todo deseo es refundado (reformulado) por la demanda que intenta –en vano– expresarlo.

 

[41] J. Lacan, op. cit., p. 317.

 

[42] J. Lacan. Televisión [1973], en: Psicoanálisis. Radiofonía & Televisión, Barcelona, Anagrama, 1980, p. 102.

 

[43] J. Lacan. “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” (1953), Escritos [1966], vol. 1, México, Siglo XXI, 1999, p. 248.

 

[44] J. Lacan. “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” (1960), en: op. cit., p. 779.

 

[45] J. Lacan. Radiofonía [1970], en: Psicoanálisis. Radiofonía & Televisión, p. 35. Esta es la traducción de Óscar Massota. Otra propuesta es: “[…] un maldito (sacré) desplazamiento” (N. Braunstein, op. cit., p. 178). La menos afortunada de las traducciones reza: “[…] un impresionante desplazamiento” (J. Lacan. Otros escritos [2001], p. 442).

 

[46] N. Braunstein, op. cit., p. 196.

 

[47] N. Braunstein. “La traducción de lo intraducible en psicoanálisis”, en: Traducir el psicoanálisis. Interpretación, sentido y transferencia, México, Paradiso editores, 2012, p. 20.

 

[48] Alonso Rodríguez. Ejercicio de perfección y virtudes cristianas [1606], Madrid, Testimonio, 1965, p. 717.

 

[49] Se alude aquí al espléndido libro de Umberto Eco. La búsqueda de la lengua perfecta [1994], Barcelona, Grijalbo-Mondadori, 1994.

 

[50] Véase: Silicet, núms. 6 y 7, París. Seuil, 1976, pp. 62-63; “Extractos de las obras de S. Freud y de J. Lacan sobre el silencio”, en: J. D. Nasio (ed.), op. cit., p. 234.

 

[51] Max Picard. El mundo del silencio [1948], Caracas, Monte Ávila, 1973, p. 13.

 

[52] La puntual distinción entre estos tres goces, “esencial para un nuevo abordaje de la clínica psicoanalítica”, fue propuesta y desarrollada en: N. Braunstein. El goce. Un concepto lacaniano [2006], op. cit., pp. 57-122 y pp. 133-146.

 

 

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