Gramática del deseo

Gramática del deseo [1]

El deseo es un concepto extremadamente abstruso en el aparato conceptual psicoanalítico. Se trata de un concepto difícil de comprender por cuanto alude a algo insusceptible de ser conocido. Así, ignorar el propio deseo –por definición inconsciente– evidencia la escisión de todo sujeto que siempre acusa una distancia frente a aquello que vertebra su anatomía psíquica y que al mismo tiempo le aparece como inaprehensible. No es otro el objetivo de un análisis: dilucidar el deseo que la formación de lo inconsciente atenaza. 

Partiendo de que la gramática es, entre otras cosas, el estudio descriptivo del estado que guarda en un momento dado de su evolución el sistema de la lengua (atendiendo a las formas de expresión –o significante–  y a las formas de contenido –o significado–), en lo que sigue presentaré de manera breve la escrupulosa reflexión que Lacan dedicara a este objeto de conocimiento que es el deseo entre los años 53 y 58 del siglo pasado, explicitando aquellos puntos de quiebre  que evidencian mejor las distintas formas de expresión y contenido sufridas por el concepto a lo largo de un lustro. Me concentraré en cuatro escritos lacanianos para mostrar cómo fue que esta categoría experimentó transformaciones radicales en dicho periodo; tales reformulaciones conceptuales tendrían consecuencias clínicas y epistemológicas que a la distancia pueden y deben calibrarse puntualmente.

 

Primer periodo: el deseo y lo imaginario

Hacia 1953, en el llamado Informe de Roma, Lacan inscribe al deseo en una relación intersubjetiva y le atribuye una función específica, hacer reconocer el propio deseo: “nuestra vía es la experiencia intersubjetiva en que ese deseo se hace reconocer”.[2] En este momento de su elaboración, para Lacan el deseo sólo persigue ser reconocido como tal. Esto es, el propio deseo no es sino el reconocimiento del deseo… de reconocimiento: “el deseo del hombre encuentra su sentido en el deseo del otro, no tanto porque el otro detenta las llaves del objeto deseado, sino porque su primer objeto es ser reconocido por el otro”.[3]

Cuando se dice “el deseo es el deseo del Otro” se enfatiza una dimensión  imaginaria pues “en el origen, antes del lenguaje, el deseo el deseo sólo existe en el plano único de la relación imaginaria del estadio especular, existe proyectado, alienado en el otro […] En esta relación, el deseo del sujeto sólo puede confirmarse en una competencia, en una rivaliad absoluta con el otro por el objeto hacia el cual tiende”.[4]

Nótese bien que para referirse a esta concepción específica del deseo, Lacan dice antes del lenguaje, lo que enuncia una tesis heredera de un escrito muy anterior titulado “El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica” (1949); esta postura se modificaría radicalmente, como se verá en breve.

 

Segundo momento: el deseo y lo simbólico: las leyes de la palabra

En el año 53, en el curso de su primer seminario, Lacan privilegiará la dimensión ya no imaginaria sino simbólica del deseo: “La palabra es esa rueda de molino donde constantemente se mediatiza el deseo humano al penetrar en el sistema del lenguaje”. [5]

Bien se advierte cómo en ese momento Lacan atribuía a lo inconsciente las leyes de la palabra: “ninguna verdadera palabra es únicamente palabra del sujeto, puesto que es siempre fundándola en la mediación de otro sujeto como ella opera […] [ahí] se realiza […] la dialéctica del reconocimiento”.[6]

 

Tercer momento: el deseo y lo simbólico: las leyes del lenguaje

Lacan relacionaría esa atribución de lo inconsciente ya no a las leyes de la palabra sino a las del lenguaje, al decir: “es toda la estructura del lenguaje lo que la experiencia psicoanalítica descubre en el inconsciente”. [7]Tenemos entonces que el deseo es por definición inconsciente porque la represión es el deseo de no saber y el deseo es siempre deseo de no saber. No hay deseo sino en relación con el no saber y a eso Freud lo llamó represión. 

Pero el deseo también es efecto de la articulación significante; dicho de otra manera, el deseo está en el lugar del significado de esa cadena, lo que hace que la significación en el lenguaje se deslice permanentemente. En el caso del deseo, se trata entonces de una significación siempre pospuesta, diferida. Es por eso que el deseo es inaprehensible. De ahí que los psicoanalistas no respondan nunca a una demanda para que el deseo pueda desplegarse. Porque, ¿qué sucede cuando una demanda es fijada a un significante determinado? Aparece el síntoma que es una especie de fijación significante del deseo. El síntoma es un deseo atenazado y por eso Lacan, creo entender, dice que el síntoma tiene la estructura de una metáfora.[8]

El caso del deseo es fundamentalmente distinto: porque el deseo siempre es deseo de otra cosa, no existe significante alguno que pueda identificarlo. De ahí que, del mismo modo que el síntoma se liga a la metáfora, el deseo lo hace a la metonimia: el deseo no es más que el reenvío significante de un término a otro y esta particularidad del reenvío constituye la ley misma del lenguaje, pues no hay significante que no remita a otro significante. El deseo es un vector infinito que no desaparece entre los significantes sino que se desliza permanentemente entre ellos, de uno a otro.

Debe enfatizarse este tránsito de Lacan quien, primero, concibió al deseo en una dimensión imaginaria (por la vía del narcisismo y la relación especular), y posteriormente en una relación simbólica, donde el deseo se define como eterno. ¿Por qué eterno? Porque el deseo se repite (se re-pide) volviéndose inextinguible. Es lo que Freud define como la rememoración permanente del deseo en el síntoma.

¿Cómo articular estas dos dimensiones, imaginaria y simbólica, del deseo? Lacan hace una especie de síntesis de su elaboración al proponer la noción de fantasma: d $ ◊ a  (deseo, sujeto, punzón, objeto causa del deseo). Pero podemos conjugar las dimensiones imaginaria y simbólica de un modo relativamente más sencillo: mientras el deseo no sea reconocido por el otro (dimensión imaginaria), se conservará indefinidamente en la repetición (dimensión simbólica).

Pero es en el año 58 (cuarto momento) que Lacan modifica sustancialmente su concepción del deseo en un pasaje portentoso que apenas ha sido analizado: “¿a quién descubre el sueño su sentido antes de que venga el analista? Este sentido preexiste a su lectura [pues] el sueño está hecho para el reconocimiento… pero nuestra voz desfallece antes de concluir: del deseo. Porque el deseo, si Freud dice la verdad del inconsciente y si el análisis es necesario, no se capta sino en la interpretación. Pero […] ¿por qué nuestra voz desfallece para concluir con el reconocimiento…? […] Porque, en fin, no es durmiendo como alguien se hace reconocer”.[9]

Como bien lo ha analizado Jacques-Alain Miller, Lacan presenta este momento como una especie de desvanecimiento de su voz de orador: ¿por qué su voz desfallece para concluir con el reconocimiento? Porque en ese preciso momento, Lacan estaba abandonando veintidós años de su enseñanza en lo relativo al deseo. Renunciaba en un golpe de timón cuyas dimensiones no han sido cabalmente ponderadas, al reconocimiento del deseo y al deseo de reconocimiento que había sostenido desde El estadio del espejo, del año 36, pasando por el informe de Roma (1953), y Variantes de la cura-tipo (1955) y La instancia de la letra, del año 57. 

Y dice algo que lleva dos filos, como todo en él: No es durmiendo como alguien se hace reconocer. Se refiere a que el sueño está hecho para el reconocimiento del deseo; ¿cuál deseo?: del deseo de dormir. Pero Lacan también alude a sí mismo pues durante más de un lustro soñó con un psicoanálisis que fuera reconciliación, reconocimiento, asunción absoluta del deseo, advenimiento de una palabra plena. Lejos de que el sujeto pueda reintegrar su deseo (como sugería la idea del reconocimiento del deseo y del deseo de reconocimiento), el sujeto queda indefectiblemente separado de su deseo, sujetado a él (de ahí la expresión sujeto del deseo). El sujeto ya no tiene un deseo que pueda ser reconocido sino interpretado. Despertando de tal sueño Lacan se haría reconocer, esto es, reformulando radicalmente su enseñanza sobre la condición del deseo: a partir de este momento preciso (estamos en el año 58) el deseo tampoco será más efecto de la articulación significante:

Dice Lacan en su escrito sobre la dirección de la cura que hacia la confesión del deseo es canalizado un sujeto en análisis. Pero que tal confesión encuentra una resistencia cuya causa es “la incompatibilidad del deseo con la palabra”,[10] porque si mi sueño llega a unirse con mi demanda… me despierto. Y la demanda ya no es el deseo. Dicho de otra manera: cuando el sueño se aproxima a lo real deseado, el sujeto se despierta… para continuar dormido. Y es que el sentido de realidad va siempre a contrapelo del deseo. 

De modo tal que ni consecuencia de una dialéctica del reconocimiento, ni efecto de la cadena significante. El deseo es incompatible con la palabra. Es por eso que el deseo está articulado pero es inarticulable. Está articulado (en el sentido de que depende de la cadena significante) pero es inarticulable (porque lo que se enuncia no es el deseo sino la demanda). 

En efecto, por el solo hecho de dirigirme a otro estoy pidiéndole algo (aunque sólo sea ser escuchado). El acto de dirigirme a otro evidencia que carezco de algo, que deseo algo; pero lo que pido no satisfaría nunca mi deseo, sólo lo haría más virulento porque deseo otra cosa distinta a la que demando. Por eso Lacan dice que “el deseo es la metonimia de la carencia de ser”,[11] esto es, de la falta en ser. Por el hecho de querer hacerme escuchar tendré que usar el lenguaje del otro por lo que lo que diré nunca es lo que quería decir. 

Por tener su causa última en el deseo, toda demanda es alusiva desde el punto de vista retórico, es decir, toda demanda expresa algo con la finalidad de que se entienda otra cosa; la demanda articula la relación entre algo que se dice y algo que no se dice pero que es evocado. 

Mi condición de carente vehicula la necesidad de demandar algo; lo que reste de esa operación será el deseo. Es por eso que el significante se articula con la demanda y el significado con el deseo. 

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Dicho de otro modo: el deseo no es sino la metonimia de la demanda porque el deseo es insusceptible de satisfacción. Nunca se demanda lo que se desea, lo que transforma al deseo en una fuente de insatisfacción. En su fase más profunda el deseo es deseo de nada. 

Notas

 

1 Una versión algo distinta fue originalmente publicado en: Armando Casas, Alberto Constante y Leticia Flores Farfán. Escenarios del deseo. Reflexiones desde el cine, la literatura, el psicoanálisis y la filosofía, México, UNAM, 2009, pp.115-123.
2 Jacques Lacan. “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” (1953), Escritos 1 [1966], Siglo XXI, México, 1984, pp.268-269
3  Ibídem, p.257.
4 J. Lacan. El Seminario. Libro 1.Los escritos técnicos de Freud (1953-1954), (traducción de Rithee Cevasco y Vicente Mira Pascual), Buenos Aires, Paidós, 1992, pp.253-254
5 Ibídem, p.266.
6 J. Lacan. “Variantes de la cura-tipo” (1955), Escritos 1 [1966], op. cit., p.340.
7  J. Lacan. “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud” (1957), op. cit., pp. 474-475.
8 Por ejemplo, la metáfora paterna deviene síntoma al tomar el lugar del Deseo de la Madre en la estructuración subjetiva.
9  J. Lacan. “La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958), en: Escritos 2 [1966], Siglo XXI, México, 1999, pp.603-604.
10  Ibíd., p.621.
11 Ibíd., p.620.