Freud y la filosofía: una relación, dos tiempos

Freud y la filosofía: una relación, dos tiempos [1]

La relación de Freud con la filosofía fue harto ambivalente. En sus documentos preanalíticos la filosofía es objeto de alabanzas sin reparo. Pero a partir de 1900, en cuantas ocasiones tuvo, denegó haber abrevado en ella con lo que no hizo sino aceptar –si nos atenemos a lo que él mismo teorizó sobre la denegación (Verneinung)– su enorme deuda  para con ese campo.[2]

En efecto, pasajes axiales de la elaboración freudiana remiten a sistemas filosóficos específicos. Siempre reacio a que la filosofía asentara sus reales en el corpus psicoanalítico, Freud reconoció sin embargo la dificultad de otorgarle a la entonces nueva práctica su estatuto epistemológico sin el soporte filosófico.[3]

 

 Primer tiempo

Siendo estudiante de medicina en la Universidad de Viena, Freud asistió entre 1873 y 1875 a los cursos de filosofía que dictaba entonces Franz Brentano, de quien Edmund Husserl también sería alumno.[4] Este encuentro tuvo lugar veinte años antes del nacimiento del psicoanálisis[5] y le fue decisivo a Freud pues Brentano era un filósofo aristotélico y un psicólogo empirista, por lo que en sus exposiciones convergían siempre la observación y la especulación. Freud buscaría que la primera prevaleciera sobre la segunda en la construcción de lo que más tarde sería el psicoanálisis, convencido de que la nueva ciencia no tenía cabida sino en el espectro de las ciencias naturales. Esta conjunción (observación y especulación) devendría problemática cuando el psicoanálisis adquiriera sus cartas de ciudadanía dos décadas más tarde.[6]

Años después, ya graduado como doctor en filosofía, Freud enuncia de manera clara la opinión que entonces tenía de lo filosófico en una carta a su colega y amigo Wilhelm Fliess: “Veo que tú, por el rodeo de tu ser médico, alcanzas tu primer ideal, comprender a los hombres como fisiólogo, como yo nutro en lo más secreto la esperanza de llegar por ese mismo camino a mi meta inicial, la filosofía. Pues eso quise originalmente, cuando aún no tenía en claro para qué estaba en el mundo”. [7]

Así, la cuestión filosófica está en Freud como principio (eso quise originalmente), como objetivo (mi meta inicial) y como aquello que dio sentido a su estar en el mundo. La medicina, bien se lee, sería sólo un tramo del recorrido teórico que desembocaría –según confió a su futura esposa Martha Bernays–, en… la filosofía misma: “La filosofía que a menudo me he figurado como la meta y el refugio de mi vejez, me atrae cada vez más”.[8] Que a Martha le fuera también atractivo el estudio de la filosofía preocupó a Freud al punto de redactar para ella algo que llamó “ABC filosófico”.

Digno de énfasis es el hecho de que la misiva a ella dirigida (1882) es equidistante –por un lado– de los cursos de filosofía dictados por Brentano (1874-75) y –por otro– de la carta a Fliess recién citada y del manuscrito en el que la palabra psicoanálisis figura por vez primera.

Que estos dos documentos daten del mismo año (1896) también es relevante pues todo indica que la postura de Freud frente a la filosofía fue de invariable elogio por lo menos en el periodo que va de 1874 a 1899 (esto es, durante cinco lustros). En efecto, es hasta La interpretación de los sueños (1899[1900]) donde modifica radicalmente su discurso sobre la filosofía.

Segundo tiempo

Con el advenimiento del nuevo siglo, Freud cambia sorpresivamente su opinión de la filosofía renegando de lo que sus documentos primeros testimonian. Su futuro biógrafo Ernst Jones da testimonio de que a una pregunta sobre su postura frente a la filosofía, Freud le habría respondido: “Cuando era joven me sentía muy atraído por la especulación, pero tuve el valor de apartarme de ella”. [9]

Esta postura aparecería de manera explícita en sus escritos. Ya en la Traumdeutung arremete contra cierta infecundidad de la especulación filosófica en relación a lo onírico: “…columbramos que la interpretación de los sueños es capaz de darnos, sobre el edificio de nuestro aparato psíquico, aclaraciones que hasta ahora hemos esperado en vano de la filosofía”. [10] Esta posición era ratificada tres lustros después en la quinta de sus conferencias que buscaban introducir al psicoanálisis:

“Bien vemos que todo el interés por un problema no basta si no se conoce un camino practicable que lleve a la solución. Hasta ahora no tenemos ese camino. La psicología experimental no nos ha aportado más que algunas indicaciones, muy estimables, sobre la importancia de los estímulos como incitadores del sueño. De la filosofía nada tenemos que esperar: de nuevo nos pondrá por delante, desdeñosamente, la inferioridad intelectual de nuestro objeto”.[11]

Freud también le reclama a la filosofía no haberse ocupado del chiste, consecuencia lógica del desinterés por lo inconsciente; de ahí que el título de la reflexión freudiana enfatice el nexo que la filosofía descuida (el chiste y su relación con lo inconsciente): “Quien haya tenido ocasión de compulsar textos de estética y psicología para buscar algún posible esclarecimiento sobre la esencia y los nexos del chiste, tal vez deba admitir que el empeño filosófico no se ha dedicado a éste, ni de lejos, en la cabal medida a que lo haría acreedor su papel dentro de nuestra vida espiritual. Sólo puede mencionarse un corto número de pensadores que se han ocupado en profundidad de los problemas del chiste. Es cierto, entre quienes lo estudiaron hallamos los brillantes nombres del poeta Jean Paul (Richter) y de los filósofos Theodor Vischer, Kuno Fischer y Theodor Lipps; pero aun en estos autores es un tema secundario, pues el interés principal de su indagación recae sobre la problemática de  lo cómico, más amplia y atrayente”.[12]

Y a propósito del forjamiento del concepto de pulsión (que alude a la frontera entre lo somático y lo anímico), Freud vuelve a tronar contra los filósofos: “Ni la filosofía especulativa ni la psicología descriptiva, ni la llamada psicología experimental, que sigue las huellas de la fisiología de los sentidos, tal como se las enseña en las escuelas, son capaces de decirles algo útil acerca de la relación entre lo corporal y lo anímico o de ponerles al alcance de la mano las claves para la comprensión de una perturbación posible en las funciones anímicas”.[13] Como a la filosofía algunos de estos temas (nodales para el psicoanálisis) parecen menores, Freud señala que “no importa el modo en que la filosofía pretenda salvar el abismo entre lo corporal y lo anímico; él subsiste en principio para nuestra experiencia, y por cierto para nuestros empeños prácticos”.[14] Y, en el supuesto de que la filosofía se interesara por el particular, Freud vaticina que la ausencia de rigor minaría el valor de tal aproximación en detrimento de la dignidad científica: “de un solo caso no se puede aprender todo, a raíz de él no es posible decidirlo todo, y conformarse así con valorizarlo para lo que él muestra con mayor nitidez. En el psicoanálisis la tarea explicativa se encuentra en general circunscrita dentro de estrechos límites. Cabe explicar las formaciones de síntoma llamativas mediante el descubrimiento de su génesis; pero no corresponde explicar, sino describir, los mecanismos psíquicos y procesos pulsionales a que uno se ve llevado de ese modo. En efecto, para obtener nuevas universalidades a partir de lo comprobado acerca de estos últimos se requieren numerosos casos como ése, analizados bien y en profundidad. No resulta fácil obtenerlos, cada caso exige un trabajo de años. Por tanto, el progreso en estos campos no puede ser sino lento. Es claro que en este punto acecha la tentación de limitarse a ‘arañar’ la superficie y sustituir luego lo descuidado por vía de especulación, puesta bajo la advocación de alguna escuela filosófica. Sin duda alguna, pueden aducirse necesidades prácticas en apoyo de este proceder, pero las necesidades de la ciencia no admiten ser satisfechas con sucedáneos”.[15] He aquí una de las más duras críticas de Freud a la filosofía: sus argumentos y ponderaciones son meros sucedáneos inadmisibles desde un punto de vista científico; dicho de otra manera, nada podría estar en lugar de la ciencia. Las vagas elucubraciones filosóficas no están en condición de sustituir lo que la ciencia tras largo empeño consigue.

Este énfasis en lo que se torna asequible sólo después de un gran esfuerzo es un tema recurrente en Freud. En diálogo con un interlocutor imaginario, postula en una de sus reflexiones lo siguiente: “Si he de decirle a usted algo comprensible, tendré que comunicarle una parte de una doctrina psicológica que no es conocida o no es apreciada fuera de los círculos analíticos. De esta teoría se desprende fácilmente lo que queremos obtener del enfermo y el modo en que lo logramos. Se la presentaré dogmáticamente, como si fuera un edificio doctrinal acabado. Pero no crea que nació así de golpe, como si fuera un sistema filosófico. La hemos desarrollado muy poco a poco, luchando largo tiempo para conseguir cada pieza, y la modificamos de continuo en estrecho contacto con la observación, hasta que por último cobró una forma en que parece servirnos para nuestros fines”.[16] De ahí el rechazo tajante de Freud a considerar que el saber metapsicológico pudiera llegar a conformar una cosmovisión: “la investigación psicoanalítica no podía emerger como un sistema filosófico con un edificio doctrinal completo y acabado, sino que debía abrirse el camino hacia la intelección de las complicaciones del alma paso a paso, mediante la descomposición analítica de los fenómenos tanto normales como anormales”.[17]

Y, denegación mediante, Freud asegura a propósito de una de sus tesis más conocidas, que no está entre las prioridades de la metapsicología discernir la posible filiación a tal o cual postura metafísica: “no tiene para nosotros interés alguno indagar si nuestra tesis del principio de placer nos aproxima o nos afilia a un determinado sistema filosófico formulado en la historia. Es que hemos llegado a tales supuestos especulativos a raíz de nuestro empeño por describir y justipreciar los hechos de observación cotidiana en nuestro campo. Ni la prioridad ni la originalidad se cuentan entre los objetivos que se ha propuesto el trabajo psicoanalítico, y las impresiones que sirven de sustento a la formulación de este principio son tan palmarias que apenas se podría desconocerlas. Por otra parte, estaríamos dispuestos a confesar la precedencia de una teoría filosófica o psicológica que supiera indicarnos los significados de las sensaciones de placer y displacer, tan imperativas para nosotros. Por desdicha, sobre este punto no se nos ofrece nada utilizable.”[18] La argumentación aquí esgrimida es notable por sustentarse en una contradicción apenas perceptible: Freud dice que ni la prioridad ni la originalidad son objetivos del psicoanálisis pero a renglón seguido desafía a que le señalen si alguna teoría filosófica o psicológica podría ser precursora de lo que la metapsicología ha dicho sobre el principio de placer. Por tanto, el psicoanálisis es pionero en su postulación y –por ende– original (lo que revela el verdadero motivo de la denegación aludida).

El mismo año que diera a conocer su obra magna sobre el Witz, Freud pronunció una conferencia en la que alivió la supuesta desazón de sus oyentes al precisar que el psicoanálisis se basa “en la intelección de que unas representaciones inconscientes –mejor: el carácter inconsciente de ciertos procesos anímicos– son la causa inmediata de los síntomas patológicos. (…) Pero no teman ustedes que esto nos precipite a las profundidades de la más oscura filosofía. Nuestro inconsciente en nada se parece al de los filósofos y, además la mayoría de estos no querrían saber nada de algo ‘psíquico inconsciente’ ”.[19]

Y en un escrito contemporáneo, se alude a lo que constituye la razón del abismo epistémico entre filosofía y psicoanálisis, esto es, el conciencialismo: “Bien lo sé: quienes estén cautivos dentro del círculo de una buena formación académica en filosofía, o rindan lejano vasallaje a uno de los sistemas llamados filosóficos, contrariarán el supuesto de lo ‘psíquico inconsciente’ (…) y aun querrán probar su imposibilidad a partir de la definición misma de lo psíquico”. [20]

Definida entonces como ciencia de lo inconsciente, el psicoanálisis postulaba que el espectro de lo psíquico no podía constreñirse a la conciencia. Homologar lo consciente a lo psíquico contradecía los datos clínicos por Freud recabados: “A menudo he hecho la experiencia de personas que impugnaban lo inconsciente por absurdo o imposible, y no habían recogido sus impresiones de las fuentes de donde, al menos para mí, dimanó el constreñimiento a aceptarlo”. [21]Esto es, para sustentar sus asertos, Freud apelaba al sustrato fenoménico que nutría su experiencia clínica.

Por lo demás, consideraba que el conciencialismo hacía las veces de coraza racional frente al embate de lo inconsciente: “…he tenido la impresión de que el supuesto de lo inconsciente tropieza con resistencias esencialmente afectivas, fundadas en que nadie quiere tomar conocimiento de su inconsciente, siendo lo más cómodo desconocer por completo su posibilidad”.[22]

Postula entonces que la noción de inconsciente modificaba indefectiblemente  muchos de los presupuestos filosóficos: “En la medida en que la filosofía se edifica sobre una psicología, no podrá dejar de tomar en cuenta, y de la manera más generosa, los aportes que el psicoanálisis ha hecho a esta última, ni de reaccionar frente a este nuevo enriquecimiento de nuestro saber en forma parecida a lo que ya ha hecho a raíz de todos los progresos significativos de las ciencias especiales. En particular, la postulación de las actividades anímicas inconscientes obligará a la filosofía a tomar partido y, en caso de asentimiento, a modificar sus hipótesis sobre el vínculo de lo anímico con lo corporal a fin de ponerlas en correspondencia con el nuevo conocimiento. Es cierto que la filosofía se ha ocupado repetidas veces del problema de lo inconsciente, pero sus exponentes –con pocas excepciones– han adoptado una de las dos posiciones que ahora indicaré. Su inconsciente era algo místico, no aprehensible ni demostrable, cuyo nexo con lo anímico permanecía en la oscuridad, o bien identificaron lo anímico con lo consciente y dedujeron luego, de esta definición, que algo inconsciente no podía ser anímico ni objeto de la psicología. Tales manifestaciones se deben a que los filósofos apreciaron lo inconsciente sin tener noticia de los fenómenos de la actividad anímica inconsciente, o sea sin vislumbrar en cuánto se aproximan a los fenómenos conscientes ni en qué se diferencian de éstos. Pero si luego de tomar noticia de aquéllos uno quiere aferrarse a la convención que iguala lo consciente con lo psíquico, negando entonces carácter psíquico a lo inconsciente, por cierto que nada se podrá objetar, salvo que semejante separación demuestra ser muy poco práctica”. [23]

Varios son los puntos a destacar: Freud reconoce que lo inconsciente era de tiempo atrás materia de reflexión para la filosofía, de modo que el psicoanálisis no podría reclamar originalidad alguna en ese terreno; pero el carácter psíquico de lo inconsciente es aquello que la tesis conciencialista repudia y que el psicoanálisis reivindica. Nunca cedió en este punto y, sin embargo, porque lo inconsciente es en sí inaccesible, es en la conciencia donde el faro que refulge y orienta permanece: “Hacía mucho tiempo que el concepto de lo inconsciente golpeaba a las puertas de la psicología para ser admitido. Filosofía y literatura jugaron con él harto a menudo, pero la ciencia no sabía emplearlo. El psicoanálisis se ha apoderado de este concepto, lo ha tomado en serio, lo ha llenado con un contenido nuevo. Sus investigaciones dieron noticia sobre unos caracteres hasta hoy insospechados de lo psíquico inconsciente, descubrieron algunas de las leyes que lo gobiernan. Pero con todo ello no se dice que la cualidad de la condición de consciente haya perdido su significatividad para nosotros. Sigue siendo la única luz que nos alumbra y guía en la oscuridad de la vida anímica”. [24] Así, para Freud, todo proceso psíquico es, en principio, inconsciente y –por tanto– “susceptible de conciencia”. [25] Esta afirmación, al tiempo que subvierte el aserto filosófico que identifica lo psíquico a la conciencia, instituye lo inconsciente como fundamento heurístico imprescindible para el psicoanálisis.

Así las cosas, “¿qué puede decir entonces el filósofo frente a una doctrina que, como el psicoanálisis, asevera que lo anímico es, más bien, en sí inconsciente, y la condición de consciente no es más que una cualidad que puede agregarse o no al acto anímico singular, y eventualmente, cuando falta, no altera nada más en éste? Dice, desde luego, que algo anímico inconsciente es un disparate, una contradictio in adjecto, y no quiere percatarse de que con este juicio no hace más que repetir su propia definición –acaso demasiado estrecha– de lo anímico. Al filósofo le resulta fácil afianzarse en esta certidumbre, pues no conoce el material cuyo estudio forzó al analista a creer en actos anímicos inconscientes. (…) También el analista declina decir qué es lo inconsciente, pero puede indicar el campo de fenómenos cuya observación le impuso el supuesto de lo inconsciente”.[26] De nuevo es la clínica el factor de prueba invocado.

Tan inamovible fue su postura frente a este problema axial que Freud hizo de lo inconsciente uno de los blasones que debían ostentar los partidarios del psicoanálisis (lo mismo había hecho en relación a otros temas): “aquí está el primer shibbólet del psicoanálisis. Para la mayoría de las personas de formación filosófica, la idea de algo psíquico que no sea también conciente es tan inconcebible que les parece absurda y desdeñable por mera aplicación de la lógica. Creo que esto se debe únicamente a que nunca han estudiado los pertinentes fenómenos de la hipnosis y del sueño, que –y prescindiendo por entero de lo patológico– imponen por fuerza esa concepción. Y bien; su psicología de la conciencia es incapaz por cierto de solucionar los problemas del sueño y de la hipnosis”.[27]

Hacia 1925, Freud hizo un balance del papel que la especulación había tenido en sus últimos trabajos atemperando la inquietud de sus lectores: “No se tenga la impresión de que en este último período de mi trabajo yo habría vuelto la espalda a la observación paciente, entregándome por entero a la especulación. Más bien me he mantenido siempre en estrecho contacto con el material analítico, y nunca he dejado de elaborar temas especiales, clínicos o técnicos. Y aun donde me he distanciado de la observación, he evitado cuidadosamente aproximarme a la filosofía propiamente dicha. Una incapacidad constitucional me ha facilitado mucho esa abstención”. [28]

Caracterizar lo filosófico como una zona de riesgo (he evitado cuidadosamente aproximarme a la filosofía propiamente dicha) y transformar una minusvalía estructural en virtud (una incapacidad constitucional me ha facilitado mucho esa abstención) acentuaban las reservas de Freud hacia una disciplina a la que, empero, recurría para obtener sus insignias epistémicas.

Cuando Freud desmarca al psicoanálisis de la especulación filosófica, enfrenta una paradoja evidente: los datos empíricos, clínicos, precisaban una reflexión metapsicológica que necesariamente implicaba una dimensión conjetural, abductiva.

Paradoja que, dicho sea de paso, está explicitada en el escrito recién aludido donde también: “La articulación de lo inconsciente se entrama con el intento de concebir al aparato psíquico como edificado a partir de cierto número de instancias o sistemas, de cuya recíproca relación se habla con expresiones espaciales, a pesar de lo cual no se busca referirla a la anatomía real del cerebro. (Es el punto de vista llamado tópico.) Estas representaciones y otras parecidas pertenecen a una superestructura especulativa del psicoanálisis; todas y cada una de sus piezas se sacrificaran o trocarán sin daño ni lamentaciones tan pronto como demuestren su insuficiencia”.[29]

Hablar de una superestructura especulativa del psicoanálisis equivale a reconocer que “la observación paciente” (propia de la ciencia, se entiende), no tiene por qué ser contrapuesta a la especulación (no se piense que he vuelto la espalda a la observación paciente, entregándome por entero a la especulación, es la petición de Freud). El postulado del aparato psíquico (presupuesto basal del psicoanálisis todo), compuesto de instancias o sistemas vinculados por relaciones espaciales sin –no obstante– asiento anatómico ¿no constituye una de las más sólidas pruebas de la potencia conjetural de esa superestructura especulativa que la metapsicología es?

A no ser que Freud esté dando por implícita una diferencia entre la especulación filosófica y la especulación metapsicológica (diferencia, si la hay, que cumplimentaría el imperativo ya citado de trasponer la metafísica en metapsicología),[30] suposición sensata si se confronta el siguiente pasaje:

“El psicoanálisis establece una premisa fundamental cuyo examen queda reservado al pensar filosófico y cuya justificación reside en sus resultados (…) Suponemos que la vida anímica es la función de un aparato al que atribuimos ser extenso en el espacio y estar compuesto por varias piezas; nos lo representamos, pues, semejante a un telescopio, un microscopio, o algo así. (…) el despliegue consecuente de esa representación es una novedad científica”. [31]

¿Por qué el postulado metapsicológico del aparato psíquico –premisa fundamental para el psicoanálisis–, tendría que someterse al examen del pensar filosófico?; ¿es que la especulación psicoanalítica –metapsicológica– difiere en algo de la inherente a la metafísica? [32]

Es irrebatible que “el espíritu puede cambiar de metafísica, pero no puede prescindir de ella. Por lo tanto preguntamos a los hombres de ciencia: ¿cómo pensáis, cuáles son vuestros tanteos, vuestros ensayos, vuestros errores? ¿Bajo qué impulsos cambiáis de opinión? (…) Comunicadnos sobre todo vuestras ideas vagas, vuestras contradicciones, vuestras ideas fijas, vuestras convicciones sin prueba (…) Debería fundarse una filosofía del detalle epistemológico”.[33]

La técnica psicoanalítica (entendida como aquello que fundamenta un modo específico de proceder con lo inconsciente), instrumenta una serie de postulados que derivan de un complejo aparato conceptual. ¿No es éste un requisito para toda disciplina que reclame un lugar entre las ciencias naturales (Naturwissenschaft), suerte que Freud deseó siempre para el psicoanálisis? No en balde, cuando intenta perfilar una plataforma epistemológica propia del psicoanálisis, evoca las analogías con la Química y la Física:

Los procesos de los que se ocupa el psicoanálisis “son en sí tan indiscernibles como los de otras ciencias, químicas o físicas, pero es posible establecer las leyes a que obedecen, perseguir sus vínculos recíprocos y sus relaciones de dependencia sin dejar lagunas por largos trechos –o sea, lo que se designa como entendimiento del ámbito de fenómenos naturales en cuestión–. Para ello, no puede prescindir de nuevos supuestos ni de la creación  de  conceptos nuevos,  pero  a  éstos  no se los ha de menospreciar como testimonios de nuestra perplejidad, sino que ha de estimárselos como enriquecimientos de la ciencia; poseen títulos para que se les otorgue, en calidad de aproximaciones, el mismo valor que a las correspondientes construcciones intelectuales auxiliares de otras ciencias naturales, y esperan ser modificados, rectificados y recibir una definición más fina mediante una experiencia acumulada y tamizada.  Por  tanto,  concuerda  en  un  todo con nuestra expectativa que los conceptos fundamentales de la nueva ciencia, sus principios (pulsión, energía nerviosa entre otros), permanezcan durante  largo tiempo tan imprecisos como los de las ciencias más antiguas (fuerza, masa, atracción)”. [34]

Freud no ignoraba, pues, que “la razón multiplica sus objeciones, disocia y reconfigura las nociones fundamentales y ensaya las abstracciones más audaces”, de modo que “¿por qué no podríamos fijar la abstracción como el derrotero normal y fecundo del espíritu científico?”.[35]

Dicho sea de paso, en su tiempo Freud podría haber encontrado en la filosofía un apoyo invaluable para argumentar la necesidad de postular supuestos teóricos que la clínica hacía necesarios: al corriente de lo que a la sazón Hans Vaihinger exponía en su Filosofía del ‘como si’ (Die Philosophie des Als-Ob [1911]) Freud decidió rechazar vehementemente que al psicoanálisis pudiera relacionársele con el ficcionalismo.

En su obra, Vaihinger homologa la hipótesis (entendida como construcción provisional que tiende al establecimiento de una verdad científica), a la ficción (que cumple con una finalidad pragmática y a la que, en tanto no confirme su pertinencia, debe tratarse como si fuera verdadera). Freud reflexiona al respecto que “la filosofía del ‘como si’ [supone] que en nuestra actividad de pensamiento abundan los supuestos cuyo carácter infundado y aun absurdo discernimos claramente. Se les llama ficciones, pero por múltiples motivos prácticos tenemos que comportarnos ‘como si’ creyéramos en ellas. Esto es válido para las doctrinas religiosas a causa de su incomparable importancia para la conservación de la sociedad humana. Semejante argumentación no dista mucho del ‘Credo quia absurdum’. Pero opino que el reclamo del ‘como si’ es de tal índole que sólo un filósofo puede postularlo. Quien no esté influido en su pensamiento por los artificios de la filosofía nunca podrá aceptarlo; para él, todo queda dicho con la admisión del carácter absurdo, contrario a la razón. Es imposible moverlo a que renuncie, nada menos que en el tratamiento de sus intereses más importantes, a las certezas que suele pedir en todas sus actividades habituales”.[36]

Es claro que Freud prefiere acogerse a los datos de las ciencias duras: “Todas las ciencias descansan en observaciones y experiencias mediadas por nuestro aparato psíquico; pero como nuestra ciencia tiene por objeto a ese aparato mismo, cesa la analogía. Hacemos nuestras observaciones por medio de ese mismo aparato de percepción, justamente con ayuda de las lagunas en el interior de lo psíquico, en la medida en que completamos lo faltante a través de unas inferencias evidentes y lo traducimos a material consciente. De tal suerte, establecemos, por así decir, una serie complementaria consciente de lo psíquico inconsciente. Sobre el carácter forzoso de estas inferencias reposa la certeza relativa de nuestra ciencia psíquica. Quien profundice en este trabajo hallará que nuestra técnica resiste cualquier crítica”. [37]

Queda claro que “las fuerzas psíquicas que actúan en el conocimiento científico son más confusas, más sofocadas, más titubeantes de lo que se imagina”. [38]

 

Las influencias

En cuanto a reconocer la influencia de ciertos filósofos en la concepción de  postulados psicoanalíticos específicos, Freud fue siempre reacio. Baste un ejemplo de esta resistencia:

Evocando los basamentos del psicoanálisis, Freud reconoce al sesgo su deuda filosófica: Entre los otros factores que por mi trabajo se fueron sumando al método catártico y lo trasformaron en el psicoanálisis, quiero destacar: la doctrina de la represión y de la resistencia, la introducción de la sexualidad infantil, y la interpretación y el uso de los sueños para el reconocimiento de lo inconsciente. En cuanto a la doctrina de la represión, es seguro que la concebí yo independientemente; no sé de  ninguna influencia que me haya aproximado a ella, y durante mucho tiempo tuve a esta idea por original, hasta que Otto Rank nos exhibió aquel pasaje de El mundo como voluntad y representación, de Schopenhauer, donde el filósofo se esfuerza por explicar la locura. Lo que ahí se dice acerca de la renuencia a aceptar un fragmento penoso de la realidad coincide acabadamente con el contenido de mi concepto de represión, tanto, que otra vez puedo dar gracias a mi falta de erudición libresca, que me posibilitó hacer un descubrimiento. No obstante, otros han leído ese pasaje y lo pasaron por alto sin hacer ese descubrimiento, y quizá lo propio me hubiera ocurrido si en años mozos hallara más gusto en la lectura de autores filosóficos. En una época posterior, me rehusé el elevado goce de las obras de Nietzsche con esta motivación consciente: no quise que representación-expectativa de ninguna clase viniese a estorbarme en la elaboración de las impresiones psicoanalíticas. Por ello, debía estar dispuesto –y lo estoy, de buena gana– a resignar cualquier pretensión de prioridad en aquellos frecuentes casos en que la laboriosa investigación psicoanalítica no puede más que corroborar las intelecciones obtenidas por los filósofos intuitivamente”. [39]

No sin ironía (puedo dar gracias a mi falta de erudición libresca), y muy lejos de rendir tributo a los que retroactivamente devenían sus precursores, Freud atribuye a su propia ignorancia el no haber advertido que dos piedras basales del psicoanálisis estaban in nuce ya contenidas en Schopenhauer y en Nietzsche. Más aún, niega su temprano interés por la filosofía y remata afirmando que de haber leído más filosofía quizá tampoco habría descubierto lo que durante años le pareció un descubrimiento original (otros han leído ese pasaje y lo pasaron por alto sin hacer ese descubrimiento, y quizá lo propio me hubiera ocurrido si en años mozos hallara más gusto en la lectura de autores filosóficos; –…si en mis jóvenes años hubiera tenido más afición a la lectura de autores filosóficos, dice la traducción de López-Ballesteros–).[40] De modo que lo hasta entonces tenido por original –la represión– deja de serlo, no por la genialidad intuitiva de Schopenhauer sino por la atenta e intrusiva lectura que de él hiciera Otto Rank.

Nótese asimismo que escribir me rehusé el elevado goce de las obras de Nietzsche (o me he privado de propósito del alto placer de leer a Nietzsche, en la versión de López-Ballesteros) [41] implica una denegación intrínseca: ¿cómo valorar el elevado goce o el alto placer que una obra por Freud desconocida procuraría? [42]

Es preciso, pues, ensayar una lectura arqueológica que pondere hasta qué punto se sotienen las aseveraciones freudianas acerca de su desconocimiento de la obra nietzscheana pues las posibles consonancias entre las obras de Freud y Nietzsche (“hay otras íes peores todavía”, diría el segundo)[43] fueron señaladas desde los tiempos en que el psicoanálisis se gestaba. Leído aprés-coup, Nietzsche sonaba freudiano. Se extendió entonces la idea, imprecisa y ambigua, de que Nietzsche era el gran precursor de Freud: imprecisa porque no basta pesquisar similitudes conceptuales para empatar sistemas de pensamiento; ambigua porque aunque ambos autores usen idénticos términos en varios momentos, éstos remiten en cada caso a espectros de reflexión esencialmente distintos.

Ciertamente puede hacerse una relación de conjeturas que en Nietzsche anticipaban lo que Freud sistematizaría con extraordinario rigor. Pero las correspondencias entre  ambos autores devienen tales en la medida en que la confrontación de escritos específicos no se reduzca a una bitácora de vagas analogías.

La postura de Freud ante Nietzsche debe contextualizarse en el marco de las relaciones que Freud guardaba con la filosofía en general. Sin embargo, la posición freudiana frente a los filósofos encuentra en el caso de Nietzsche excepciones que a lo largo de este capítulo se explicitarán puntualmente. En efecto, no se trata sólo de un filósofo cuya sonoridad especulativa se vería magnificada en la caja de resonancia freudiana; se trata del filósofo en el que Freud –no sin una gran resistencia– buscaría la cabal legitimación de postulados psicoanalíticos muy precisos.

Siempre que Freud quiso desmarcarse de la influencia nietzschiana, hubo alguien para señalarle que algunas de sus dilucidaciones habían sido ya anticipadas por Nietzsche. Y porque de ningún otro filósofo se deslinda Freud tan enfáticamente es que importa indagar los contenidos latentes que subyacen a un énfasis tal, nunca tan manifiesto.

 

 

 

[1] Originalmente publicado en: Constante, Alberto y Flores Farfán, Leticia (coordinadores), Topologías de la frontera. Filosofía y psicoanálisis, México, Afinita / UNAM, 2009, pp.135-150.

[2] Por Freud sabemos que un contenido anímico reprimido puede acceder a la conciencia disimulándose como negación. La modalidad negativa de lo dicho vale como índice subjetivo de lo reprimido. Lo que en este escrito se consignará más adelante como el “segundo tiempo” en la relación de Freud con la filosofía será un recuento de denegaciones donde siempre se estará autorizado a leer lo contrario a lo ahí enunciado (cf. Sigmund Freud. La negación (1925), en Obras Completas, vol. XIX, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, pp. 249-257).

[3] El psicoanálisis fara da se (“lo hará por sí mismo”, según el eslogan de los nacionalistas italianos), le dice Freud a Jung (carta del 30 de noviembre de 1911) para enfatizar su repudio a que el psicoanálisis se supedite a campo alguno. V. Correspondencia de Sigmund Freud. Tomo III. Expansión. La Internacional Psicoanalítica, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, p.337.

[4] Autor de Psicología desde el punto de vista empírico [1874], obra de la que Freud retomaría las nociones de afecto y representación, conceptos fundamentales en su teoría metapsicológica de las pulsiones.

[5] V. la carta a Eduard Silberstein del 15 de marzo de 1875, en: Nicolás Caparrós (ed.), Correspondencia de Sigmund Freud (vol. I), Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, pp.188-191.

[6] Es en La herencia y la etiología de las neurosis (1896) donde aparece impresa por vez primera la palabra psicoanálisis (en: S. Freud. Obras Completas, vol. III, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.151).

[7] Carta del 1° de enero de 1896, en: S. Freud. Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904), Buenos Aires, Amorrortu, 1986, p.165.

[8] Carta a Martha Bernays del 16 de agosto de 1882, en: Nicolás Caparrós (ed.), Correspondencia de Sigmund Freud (vol. I), op. cit., p.261.

[9] Cf. Paul-Laurent Assoun., Freud, la filosofía y los filósofos, Barcelona, Paidós, 1982, p.13.

[10] S. Freud. La interpretación de los sueños (1899[1900]), Obras Completas, vol. IV, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, , pp.163-164.

[11] S. Freud. Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-1917 [1915-16]), 5ª conferencia: “Dificultades y primeras aproximaciones”, Obras Completas, vol. XV, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.88.

[12] S. Freud. El chiste y su relación con lo inconsciente (1905), A. Parte analítica. 1. “Introducción”, en Obras Completas, vol. III, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.11.

[13] S. Freud. Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-1917 [1915-16]): “Introducción”, en Obras Completas, vol. XV, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.18.

[14] S. Freud,  ¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis? Diálogos con un juez imparcial (1926), en Obras Completas, vol. XX, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.231.

[15] S. Freud. De la historia de una neurosis infantil (1918[1914]), en Obras Completas, vol. XVII, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.96.

[16] S. Freud. ¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis? Diálogos con un juez imparcial (1926), Obras Completas, vol. XX, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.179.

[17] S. Freud. El yo y el ello (1923), III. “El yo y el superyó (ideal del yo)”, Obras Completas, vol. XIX, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.37.

[18] S. Freud. Más allá del principio de placer (1920), Obras Completas, vol. XVIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.54. Cf. asimismo: S. Freud. El problema económico del masoquismo (1924), Obras Completas, vol. XIX, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.7.

[19] S. Freud. Sobre psicoterapia (1905 [1904]), Obras Completas, vol. VII, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.255. Esta alocución tuvo lugar el 12 de diciembre de 1904 en el Colegio de Médicos de Viena.

[20] S. Freud. El chiste y su relación con lo inconsciente [1905], Obras Completas, vol. VIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.155.

[21] Ibid., p.155.

[22] Ibidem.

[23] S. Freud. El interés por el psicoanálisis (1913), Obras Completas, vol. XIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.181.

[24] S. Freud. Algunas lecciones elementales sobre psicoanálisis (1940[1938]), Obras Completas, vol. XXIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.288.

[25] S. Freud. Lo inconsciente (1915), Obras Completas, vol. XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, vol. XIV, p.169.

[26] S. Freud. Las resistencias contra el psicoanálisis (1925), Obras Completas, vol. XIX, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.230.

[27] S. Freud. El yo y el ello (1923), I. “Conciencia e inconsciente”, Obras Completas, vol. XIX, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, vol. XIX, p.15.

[28] S. Freud. Presentación autobiográfica (1925[1924]), Obras Completas, vol. XX, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.56.

[29] Ibid., p.31.

[30] Véase S. Freud. Psicopatología de la vida cotidiana (1901), Obras Completas, vol. VI, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.251.

[31] S. Freud. Esquema del psicoanálisis (1938), parte I, Obras Completas, vol. XXIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.143.

[32] Como se sabe –por citar arbitrariamente una postura filosófica sobre este asunto– el empirismo lógico o neopositivismo del Círculo de Viena considera que el discurso metafísico carece de sentido, por razón de que los términos que emplea no son empíricamente verificables. ¿Son verificables el aparato psíquico, las pulsiones, la economía psíquica, las instancias tópicas (yo, ello, superyó, inconsciente, preconsciente, consciente)?

[33] Gaston Bachelard. La filosofía del no [1940], Buenos Aires, Amorrortu, 2003, pp.14 y 15. Recuérdese que Bachelard proponía una epistemología fraccionada para así poder reconocer “diversas escalas de experiencias (…) en lugar de una captación inmediata del objeto (…) una intuición progresivamente organizada” (V. Anne-Marie Dennis. “El psicoanálisis de la razón de Gaston Bachelard”, en: Georges Canguilhem et Jean Hippolyte et al., Introducción a Bachelard, Buenos Aires, Calden, 1973, p.82 y 83).

[34] S. Freud. Esquema del psicoanálisis (1938), Obras Completas, vol. XXIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.157.

[35] G. Bachelard, La formación del espíritu científico, México, Siglo XXI, 1985, pp. 9 y 8.

[36] S. Freud. El porvenir de una ilusión (1927), Obras Completas, vol. XXI, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.28.

[37] S. Freud. Esquema del psicoanálisis (1938), Obras Completas, vol. XXIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, vol. XXIII, p.157.

[38] G. Bachelard, La formación del espíritu científico, México, Siglo XXI, 1985, p.10.

[39] S. Freud. Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico (1914), Obras Completas, vol. XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.15.

[40] S. Freud. Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico (1914), Obras Completas, Madrid, Biblioteca Nueva (3 vols.), 1973, vol. II,  p.1900.

[41] Ibidem.

[42] A las múltiples correspondencias entre las obras de Freud y Nietzsche está dedicado un capítulo específico de esta tesis.

[43] Friedrich Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos [1888], “Pasatiempos intelectuales” (aforismo 16), en: Obras inmortales, vol. III, Barcelona, Edicomunicación, 2003, p.1339.