Yo mi me conmigo [1]
Biocontrol sexual
Las sexualidades (siempre en plural) son menos efecto de lo biológico que de lo histórico y cultural. El psicoanálisis, cuando es verdadero, apunta a deconstruir las relaciones de poder que una variante sexual vehicula. Toda categoría taxonómica es un constructo del poder en turno.
Los conceptos identitarios traducen –quiéranlo o no, sépanlo o no– estrategias sutiles de dominación que serán más efectivas en la medida en que no se visibilicen. Cuanto más libre se sienta alguien de estar ejerciendo su sexualidad, menos evidente será su grado de sujeción. Por una razón discursiva elemental: la libertad será la contraopinión al poder fáctico cuestionado. Y ya se sabe que –antes de entrar en circulación– los poderes efectivos prevén las objeciones que enfrentarán. Van siempre un paso adelante y es por eso que la efectividad de su poder es tal.
Paradójicamente, el reconocimiento de los derechos de las minorías es la ratificación de una hegemonía; como diciendo: “una vez reconocidos tus derechos enfatizaremos tus obligaciones y –sobre todo– tu condición de minoría”. Por lo tanto la marginación ya tiene su letra escarlata disfrazada de reivindicación. “Serás igual y al mismo tiempo diferente. Es decir: aquí todos somos iguales pero unos somos más iguales que otros”. Así, habilitar encorsetando es la operación de doble cuño que toda estrategia de poder entraña. Y a partir de ello sobrellevar y tolerar parecerán sinónimos de aceptar.
Los grupos cuya diferenciación reivindique la resistencia a ser asimilados, de cualquier modo tendrán que categorizarse y, al hacerlo, advendrán involuntariamente al lugar de una identidad desfasada, pero al fin identidad. La heteronormatividad hace las veces de centro para todo aquello que no se adecue a sus preceptos, aportando la otra cara de la misma luna que es el falogocentrismo. Sólo se invierte el orden causa efecto: la heteronormatividad es causa de la ortonormatividad, con lo que nos encontraríamos con el hecho de que la heterosexualidad es una consecuencia de la homosexualidad, puesto que lo normal es el relicto de lo que se considera anómalo. La red oposicional tensa uno de sus extremos cuando se tira del extremo opuesto. De ahí que abrazar la bandera de lo hetero implica que la exterioridad es equivalente a liberación, pero ¿no es la marginación lo que constituía el agravio? ¿Para qué cuestionar primero lo que se reivindicará después, esto es, el afuera? Habiendo tenido la prisión de la libertad se estaría solicitando respetuosamente la libertad en prisión, es decir, un confinamiento con ciertos privilegios. Los adentro confinados lo serían por partida doble: la cadena del grillete sólo es ahora un poco más larga.
Los discursos dominantes tienen una gran capacidad para absorber toda revuelta revolucionaria aplicándole dos fases: La primera fase aplica la amenaza de los 3 hierros: destierro, entierro o encierro. Segunda fase: la normalización. Pero todo eso estaba ya previsto en la ficción emancipatoria que, en cualquiera de sus formas, lo totalitario instrumenta para legitimarse.
Así, el reconocimiento y la habilitación jurídica de una identidad heteronormativa refuerza la lógica binaria que el saber y el poder administran. Cuando lo queer es opción, cuando la heteronormatividad está en el menú de elecciones posibles, no hay ya transgresión. Cuando las posicionalidades excéntricas son cooptadas, se convierten en moda. La intervención ahora es del satus quo, no de los revolucionarios: cuando los atuendos de Lady Gaga se compran en Amazon para las fiestas de disfraces, el filo cortante de la verdad ya no es tal.
Creer que mi elección, por concernirme sólo a mí, es particular, entraña un defecto de origen. Si es particular depende del resto de las partes. Contra eso, se puede optar por una condición no particular, sino singular. Trascender los límites que me son impuestos pasa por lo singular. La ilusión de una identidad particular evidencia que sólo ocupo una de las casillas preasignadas por el saber y el poder vigentes. Mi libertad de opción ya estaba presupuestada. Es necesaria una ontología crítica no de lo que soy sino de aquello en lo que me han convertido (con mi anuencia, por cierto).
La condición no puede, no debe, ser identitaria porque automáticamente se reduce la sexualidad a una cuestión de género. Toda generización refuerza el saber-poder binario. El género es una ramificación de la ortonormatividad. Término que parece un pleonasmo y lo es. Pero si la ortonormatividad fuera efecto de la heteronormatividad, caemos en cuenta de que la norma (homo o hetero tanto da) es una.
¿Por qué damos por hecho que el sexo biológico-cromosómico existe si todo es un producto discursivo? ¿Por qué derivaríamos en automático el género en función de una conformidad o de un deslinde respecto de ese binario? Si el cuerpo es sexuado por los discursos, atendamos entonces a las relaciones de poder y saber que esos discursos vectorizan.
Hace casi 3 décadas Judith Butler mostró que no es en función de nuestra identidad genérica que adoptamos ciertos gestos y actitudes concomitantes, sino que por identificarnos a una estilística dentro de las opciones binarias, derivamos nuestra identidad de género. Es decir: las pautas culturales a las que nos identificamos moldean nuestra elección de identidad genérica. A fuerza de repetir ciertos gestos, desplantes, actitudes y comportamientos quedamos adosados a una identidad equis.2
Pero entonces estamos confundiendo generalización con generización. Como la actividad se asocia a lo masculino y la pasividad a lo femenino, como lo racional se asocia a lo masculino igual que la emocionalidad a lo femenino, una vez que adopte una de esas actitudes derivo hacia mi identidad de género, no al revés. No es que la identidad de género produzca sus ideologemas sino que los ideologemas nos generizan.
Casarse con uno mismo
La sologamia es una industria creciente en Estados Unidos y Japón desde 2014. Hoy día mucha gente quiere casarse, consigo misma.
El automatrimonio (Married Me) fue la ceremonia que Laura Messi (una italiana de 40 años) celebró consigo misma. “Prometo amarme y respetarme todos los días de mi vida [dijo] en la salud y la enfermedad…”. Y a la pregunta de si se aceptaba a sí misma como pareja, respondió emocionada hasta las lágrimas: “sí, acepto”.
En España está creciendo el fenómeno porque sucede que la cuarta parte de los hogares españoles son unipersonales (5 millones) y ahí hay un nicho de mercado que las grandes corporaciones no van
a desaprovechar. Desde que la modelo Adriana Lima se confesó sológama (“estoy comprometida conmigo misma”, dijo en su boda) la tendencia ha aumentado. No ser la media naranja de nadie, está de moda. No ser la costilla de nadie, también.
El antecedente se remonta a un cuarto de siglo atrás: en 1993 Linda Baker se casó consigo misma en los EU. En cuanto ese gesto llegó a los medios masivos de difusión 10 años más tarde (en 2003 Sarah Jessica Parker anunció su automatrimonio en Sex And the City) el fenómeno creció exponencialmente. Por otra parte, Sophie Tanner llevó el asunto a la literatura con su novela Happily (2015); es asimismo autora de An Idiot’s Guide to Sologamy 3 y de Reader, I Married Me! 4 Estas formas de subjetivación obligan a un replanteamiento de todo lo que hasta ahora hemos podido derivar de la teoría orto y heteronormativa.
Irónicamente, las mujeres que se casan consigo mismas reciben propuestas de matrimonio al por mayor. No se sabe si los hombres las suponen personas solas y se identifican con ellas, o si son atraídos por la posibilidad de que ella se sea infiel a sí misma. Pero esos varones (cuyas condiciones de amor Freud describió al diagnosticar la degradación de la vida amorosa) quizá sufrirían un desengaño al enamorarse de una sológama pensando que es una “mujer ajena” cuando ella les confesara que no está faltando a nadie porque ha pactado consigo misma tener una relación abierta.
En la discusión de si yo soy yo o (como quiere Rimbaud) yo es otro, la sologamia zanja la cuestión. Antes se hablaba de “la otredad de lo uno”. Octavio Paz escribió un poema memorable al respecto: Para que se pueda ser he de ser otro/ salir de mí, buscarme entre los otros/ los otros que no son si yo no existo/ los otros que me dan plena existencia. 5 Esto ahora se escribiría: Para ser otros he de volver a mí… Y es que ya no se trata de “la otredad de lo uno” sino de la mismidad de lo otro.
A partir de ahora estar en soledad y estar consigo mismo no será ya equivalente. Se podrá estar consigo mismo y sin embargo solo. Se recuperará de la manera más radical la antigua definición de la palabra pelmazo: el que nos roba la soledad sin darnos compañía. 6 Pues bien: en los casos de sologamia malogrados, nos robaremos la soledad sin darnos compañía… a menos que nos divorciemos de nosotros mismos. Y entonces podremos (una parte de nosotros, al menos) hacer alianza con el superyó para odiar otra parte nuestra hasta melancolizarnos y aniquilarnos.
Entre muchas otras cosas, la sologamia obliga a replantear la noción de cura. En latín, curare es “hacerse cargo de…”. Y Freud dice claramente que la única obligación que tenemos como sujetos es la de soportar la existencia. Es por eso que no deben apresurarse los diagnósticos de narcisismo en los casos de sologamia. Puede tratarse de un mecanismo masoquista: “lo que me faltaba [dirá el sológamo]: soportarme a mí mismo y además formalizar mi padecimiento frente a 70 invitados”.
Los sológamos explican que en el compromiso consigo mismos no necesariamente están abrazando el celibato. Lo que nos lleva a preguntar: si dos sológamos se lían sexualmente, ¿deberían ser considerados swingers?
En el año 76, Lacan dijo que una mujer es para todo hombre un síntoma; y que para la mujer, un hombre es un estrago. De modo que el sológamo ha decidido ser su propio síntoma y/o su propio estrago. Pero, más importante aún: ha decidido curarse por una de estas dos vías ( o por ambas). Si todo mundo está en falta, ¿para qué optar por la falla ajena cuando puedo casarme con mi propia escisión?
NOTAS
1 Publicado en: XXVII Jornadas de Clínica Psicoanalítica. ¿Nuevas formas de amor y de la sexualidad?, Barcelona, 2019.
2 V.: Judith Butler. El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad [1990], Barcelona, Paidós, 2007.
3 An Idiots guide to Sologamy by Sophie Tanner
4 Reader, I Mariied Me by Sophie Tanner
5 Octavio Paz. «Piedra del sol», en: Libertad bajo palabra, Obras Completas, vol.11,México, Fondo de Cultura Económica, 1997, p.231.
6 Martín Alonso. Diccionario del español moderno, México, Aguilar, 1992, p.782. 1