DISJECTA MEMBRA
La idea de una anatomía psíquica sin soporte corporal alguno (fundamento de toda metapsicología), la cisura entre el ser y el tener inherente a toda corporeidad, la distancia que va de lo físico a lo somático y de ambos a lo orgánico, la hoy aceptada concepción de una “biología lacaniana”, la obligada distinción entre los registro simbólico, real e imaginario; toda fuerza a concluir que la noción que el psicoanálisis tiene del cuerpo configura un espectro conceptual disyunto. A hacer un inventario de esa dispersión categorial aspira el trabajo aquí propuesto.
Keywords: Freud´s Approach to Hysterics – Psychic Anatomy –Psychoanalytic Epistemology – Metapsychology vs. Neurology –Symptom – Normal vs. Pathological – Organic/Physical/Somatic.
Summary: As a neurologist, Freud wishes that psychoanalysis would have a place among natural sciences. He always said his metapsychological theories were provisional. However, in proposing the concept of psychic anatomy, Freud established a clear distance with medical science. A careful reading of his theories of the body leads to the conclusion that somatic, organic and physical are not equivalent terms. This article explores the way in which the metapsychology demonstrated that hysteria was more than a chronic lack of satisfaction.
Resumen: Como neurólogo, Freud siempre aspiró a que el psicoanálisis tuviera un lugar entre las ciencias naturales. Siempre sostuvo que sus teorías metapsicológicas eran provisionales. Sin embargo, al proponer su concepto de anatomía psíquica, estableció una clara distancia con la ciencia médica. Una lectura cuidadosa de sus teorías sobre el cuerpo permite concluir que los términos somático, orgánico y físico no son equivalentes. Este artículo explora el modo en que la metapsicología demostró que la histeria era algo más que una insatisfacción crónica.
Dos anatomías
Cuando en 1888 Freud quiso explicar desde la neurología un fenómeno psíquico concreto –la histeria–, observó que el aparato neuronal no daba cuenta de los fenómenos observados: para la histeria, decía, “no se han hallado alteraciones [anatómicas] perceptibles del sistema nervioso”.[1]
Las manifestaciones mórbidas, sin embargo, encontraban su soporte en el organismo. Así, saber que una parálisis no tiene causa orgánica dejaba sin resolver que la parálisis subsistía. Freud se planteó entonces la posibilidad de una anatomía psíquica donde también puede haber lesiones que el cuerpo refleja.
Concluyó entonces que un “carácter, importante en extremo, de las afecciones histéricas es que de ningún modo ofrecen un reflejo de la constelación anatómica del sistema nervioso. Se puede decir que, acerca de la doctrina sobre la estructura del sistema nervioso, la histeria ignora tanto como nosotros mismos antes que la conociéramos”.[2]
Se trata de una licencia poética, pues evidentemente no era la histeria la que ignoraba la estructura del sistema nervioso; era la neurología la que no podía (y no puede) explicar el mecanismo psíquico eficaz en una afección que se manifiesta en el organismo pero se origina en un registro que no tiene localización anatómica: “Las parálisis histéricas no tornan para nada en consideración el edificio anatómico del sistema nervioso”.[3] Había pues un punto de basta límite para el saber anatómico en boga cuando de acometer las parálisis histéricas se trataba.
La etiología de la histeria, deducía Freud, es de orden psíquico pues las mociones anímicas que se entraman en una sintomatología histérica se trasponen al organismo contraviniendo toda ley neurofisiológica.
Freud había formulado ya una ley empírica, piedra basal de un razonamiento específico: existe una anatomía psíquica; tal razonamiento apuntalaba una experiencia concreta: la histeria se comporta como si la anatomía no existiera.
Bien dice Jean Lacroix que “la ciencia no es representación sino acto. El espíritu no llega a la verdad contemplando sino construyendo. Con rectificaciones continuas, con críticas perpetuas, con polémicas, en síntesis, con agresividad, la razón descubre y hace verdad”.[4]
Es claro que Freud afrontaba un problema de delimitación epistemológica cuando su análisis del fenómeno histérico topaba con datos que contradecían la expectativa comandada por su saber anatomo-patológico:[5] pero una verdadera experimentación “sale siempre del ámbito de la observación primera, hasta el punto que se puede decir que la experimentación, más que confirmar la observación, busca contradecirla”,[6] pues “la ciencia no es el pleonasmo de la experiencia”.[7]
Freud intuía que “para probar que el conocimiento científico es limitado [el saber relativo al sistema nervioso, por caso] no basta mostrar su incapacidad de resolver ciertos problemas, de hacer ciertas experiencias (…) Sería necesario poder circunscribir enteramente el campo del conocimiento, trazar un límite continuo infranqueable, marcar una frontera que tocara de veras el dominio limitado [pues] en cuanto se trascienden las fronteras de la observación inmediata, se descubre la profundidad metafísica [metapsicológica en el caso freudiano] del mundo objetivo”.[8]
En este tenor, es claro que aún está por hacerse el análisis de esta condición patógena finisecular desde la perspectiva que Foucault propuso: ¿qué poder estaba implicado a finales del siglo antepasado cuyo influjo adiestraba los cuerpos de tal manera que la sintomatología histérica pudo desarrollar una especie de táctica de resistencia frente al saber médico dominante? ¿Qué condiciones de posibilidad se conjugaron para que las mujeres histéricas relativizaran la mismísima anatomía nerviosa y, por ende, la disciplinarización fina de los cuerpos?
Dicho de otra manera: Hacia 1895, ¿qué dispositivo, qué omnipresencia ejercía cotidianamente sus efectos sobre el cuerpo social –en general– para que un espectro somático predominantemente femenino –en particular– pusiera en jaque la consabida díada que correlacionaba síntoma con lesión orgánica?
En lo que sigue, se hará una reconstrucción del desmembramiento subjetivo que la noción freudiana de anatomía psíquica supuso en abierta oposición a la vertiente conciencialista que atravesaba los discursos psicológico, filosófico y también médico que Freud confrontó.
Una condición atópica
Nótese que los pasajes antecitados de Freud donde se distinguen las anatomías física y psíquica pertenecen a dos escritos fechados en 1888 y 1893 respectivamente. [9] Lo que permite colegir que durante diez años (1886-1896) Freud se encontró en una situación por demás incómoda: como jefe del servicio de neurología en el primer Instituto Público de Enfermedades Infantiles de Viena fundado por el Dr. Max Kassowitz (1842-1913), el entonces joven científico descubría lo que los escritos referidos consignan al mismo tiempo que publicaba “varios trabajos de mayor aliento sobre las parálisis encefálicas unilaterales y bilaterales de los niños”. [10]
Esto es, Freud creía estar trabajando sobre la misma mesa de disección (puesto que nunca renunció a fundamentar neurológicamente las afecciones psicopatológicas en general), cuando lo cierto es que estaba acometiendo dos campos de aplicación sustancialmente distintos: por un lado, avanzaba en la anatomía cerebral propiamente dicha y por otro lado discernía una anatomía psíquica observando que las neurosis no implicaban alteración anatómica alguna, por lo que el cuerpo es sólo el soporte donde una anomalía psíquica imposible de localizar somáticamente se refleja. Diez años, pues, Freud sirvió a dos amos, aunque –contra toda lógica– quedó bien con ambos: además de ser reconocido hoy día como el fundador del psicoanálisis, hasta el año 1936 sus trabajos Sobre hemianopsia en la niñez temprana (1888), Sobre la parálisis cerebral unilateral de los niños (1891) –que había redactado a disgusto por estar concentrado en la histeria y el mecanismo de los sueños– se consideraban los más exhaustivos por los especialistas en parálisis cerebral infantil. [11]
Es claro entonces que la neurofisiología y la embrionaria metapsicología[12] intentaban dar cuenta del mismo fenómeno desde atalayas conceptuales distintas y hasta contrapuestas. En su condición de neurólogo y metapsicólogo en ciernes, Freud enfatizó los puntos de discontinuidad implicados diluyendo –muy a su pesar– la posibilidad de formalizar ejes de proximidad entre ambas disciplinas. No se olvide que en dos décadas (de 1877 a 1897), publicó cada año un artículos neurológicos, histológicos y farmacológicos que –sin embargo– nada explicaban de los cuadros histéricos por él observados.
Sin duda Freud tuvo la formación más rigurosa como médico neurólogo y en su convicción científica abrigó siempre la esperanza de dotar de un fundamento fisiológico a su metapsicología. De hecho, La concepción de las afasias (1891) y el Proyecto de psicología (1950[1895]) son las obras magnas que buscaron conectar dos campos absolutamente disímiles: la neurología y la psicología. Ese puente por él deseado es, hoy día, como el de Avignon.
Sin embargo, en aquellos días este deslinde epistemológico no era tan evidente. Para Brücke, la físiología era una continuación de la física (pero por otros medios). Y es la energía la que unifica ambos campos puesto que, incluso en ámbitos aislados, permanece constante la suma de fuerzas. Este presupuesto fisicalista al que Freud se adhirió sin reservas encontró en la metapsicología un complejo medio de prueba: ¿podrían mantenerse los mismos presupuestos en una exposición sobre procesos psíquicos que (he aquí lo fundamental) obviara la anatomía? La identidad epistémica del psicoanálisis descansó, en un primer momento, en esa posibilidad.
Y si con el Proyecto de psicología (1950[1895]) Freud quiso explicar fenómenos psíquicos en términos neurológicos partiendo de dos conceptos básicos (neurona y cantidad),[13] no es difícil ver en ese anhelo un esfuerzo análogo al de Ernst Mach (1838-1916) que pugnaba por establecer un lazo de continuidad entre la física y la psicología. [14]
Fracasado el intento de fundir la teoría de las neurosis con la fisiología cerebral es como la metapsicología adviene al lugar del que la neurología dimite. La ficción de un aparato psíquico se hizo necesaria (puesto que la histeria acusa sus efectos como si –he aquí lo ficticio– la anatomía no existiera). Así, Freud (pr)opone la ficción metapsicológica al saber médico.
Llegado este punto, se imponen las siguientes conclusiones: la anatomía fue el campo privilegiado en el que el padre del psicoanálisis forjó sus primeros conceptos; su trabajo en el laboratorio de Brücke le permitió postular una hipótesis genealógica del sistema nervioso; y en el curso de sus observaciones, depuró técnicas diversas que –en última instancia– constituyen un método de investigación específico. [15]
Si estas tres conclusiones se trasponen al campo de la metapsicología, se observa que Freud procedió de similar manera: aventuró la hipótesis de una anatomía psíquica; postuló una teoría genética del aparto psíquico; e instrumentó una técnica precisa –el método analítico propiamente dicho– apoyado en un aparato conceptual que constituye la metapsicología misma. Hay, sin embargo, una diferencia sustancial: en el campo de la anatomía nerviosa, prima la mirada; en el terreno de la anatomía psíquica, en la vía de acceso a lo inconsciente, prevalece la escucha.
Se trata aquí de lo que Foucault denominó la ley de repartición (o distribución) discursiva, entendida como la disgregación en sus condiciones de existencia, modificación, coexistencia, conservación, persistencia y desaparición de una regla de formación discursiva determinada: como se sabe, la refracción del discurso médico, su dispersión, posibilitó el desplazamiento de la mirada clínica (con el microscopio, el campo escópico de la exploración amplió el diagnóstico médico).
El psicoanálisis operó una trasmutación epistémica análoga: al privilegiar no el furor sanandi de la medicina tradicional sino el furor curandi (en el sentido que curare remite al hacerse cargo de sí), el desplazamiento procedimental psicoanalítico va de la mirada a la escucha, de la exploración somática al análisis de los discursos, pues en su dimensión simbólica, todo síntoma cuya localidad sea psíquica, encarna un significante no tramitado.[16]
Se trata entonces de un problema relativo al procedimiento. Si por heurística se entiende el conjunto de reglas metodológicas inherente a un descubrimiento o a una investigación, el procedimiento es una categoría heurística por sí misma. Proceder de tal o cual manera está determinado por lo que se busca, de manera que puede hablarse de un procedimiento heurístico adecuado (la escucha) cuando lo analizado (lo inconsciente) se devela por ese modo de abordaje preciso y no por otro.
Para acometer una sintomatología específica, la mirada y la escucha definen dos procedimientos radicalmente distintos: el médico escucha menos de lo que observa, y lo que el paciente le dice es secundario en relación a lo que los análisis de laboratorio o una exploración corporal revelan. El procedimiento psicoanalítico opera justamente a la inversa: no es la mirada sino la escucha el instrumento de lectura adecuado cuando de una afección atinente a la anatomía psíquica se trata.
Todo médico sensible a lo que el psicoanálisis ha descubierto sabe que antes de interrogar al cuerpo del paciente conviene escuchar lo que éste tiene para decir, pues que el cuerpo hable es muchas veces efecto de lo que el sujeto ha callado. Este carácter diacrítico del diagnóstico (pronunciamiento diferencial que define si la vía de acceso a una afección es la anatómica o la psíquica –puesto que fenomenológicamente ambas anatomías aparecen trenzadas–) determina la pertinencia de tal o cual procedimiento heurístico.
Del procedimiento se deriva una técnica, y ésta opera en función de instrumentos determinados a su vez por el objeto de investigación mismo: en psicoanálisis, la escucha –entendida como un procedimiento heurístico– se auxilia de herramientas técnicas precisas –asociación libre, atención flotante, interpretación, escansión, etc.– que lo inconsciente precisa para ser develado.
Desde el punto de vista epistemológico, una lectura textual –de un cuadro sintomático, por ejemplo– implica un acto instituyente: se trata menos de una interpretación reveladora de una esencia inmanente al texto que de la asignación de un sentido específico a aquello que se lee, habilitado por un entorno científico determinado.
Por ejemplo, el diagnóstico diferencial de una estructura clínica –la psicosis, por caso– se gestó como una transcripción de lo que el discurso médico dominante entendía por sentido. De modo que el recorte del objeto psicosis, el campo perceptivo de su nosografía, se gestó de acuerdo a condiciones materiales concretas, objetivadas en un conglomerado de saberes y prácticas cuyo antecedente más visible era la concepción organicista del cuerpo / máquina. En efecto, si la máquina somática no funcionaba como debía (si un sujeto alucinaba, deliraba) se deducía en automático una falla en el registro del sentido. La psicosis devino entonces una manifestación clínica del sinsentido. Contra esta posición, el psicoanálisis postula que en la fenoménica de las psicosis sí hay sentido: [17] que una manifestación delirante (para dar un ejemplo clínico concreto) “es un discurso articulado” y que así como todo saber es delirio”, asimismo “el delirio es un saber”.[18]
Dicho de otra manera, si la construcción de un dispositivo deriva de la lógica de su procedimiento heurístico, para Freud la racionalidad médica –traducida a los procedimientos técnicos que la caracterizaban– era absolutamente inadecuada para explorar el campo que ante él se abría: lo inconsciente. Sus reticencias frente al saber médico fueron la consecuencia lógica de sus descubrimientos psicoanalíticos: “Tras 41 años de actividad médica mi autoconocimiento me dice que no he sido un médico cabal. Me hice médico porque me vi obligado a desviarme de mi propósito originario, y mi triunfo en la vida consiste en haber reencontrado la orientación inicial mediante un largo rodeo.”. [19]
El reposicionamiento de Freud frente a lo médico lo llevó asimismo a redefinir el saber que lo psicoanalítico precisaba de sus practicantes: “¿Cuál es la formación más apropiada para los analistas? Yo opinaba –y lo sigo sosteniendo– que no era lo que la universidad prescribe al futuro médico. La llamada ‘formación médica’ me parece un fatigoso rodeo para la profesión analítica; es verdad que proporciona al analista muchas cosas indispensables, pero también lo recarga con otras que nunca podrá aplicar, y conlleva el peligro de desviar su interés y su modo de pensar de la aprehensión de los fenómenos psíquicos”. [20] De manera que los estudios médicos, lejos de apuntalar una formación psicoanalítica sólida, distrae del objetivo esencial: la aprehensión de los fenómenos psíquicos.
Freud mismo midió con este rasero sus años mozos: “En aquellos años [1871] no había sentido una particular preferencia por la posición y la actividad del médico; por lo demás, tampoco la sentí más tarde”. [21] Esto es, Freud eligió la carrera de medicina asechado por reservas que no cedieron nunca. El tiempo excesivamente largo que le tomó titularse como médico, lo confirma: “Fui muy negligente en la prosecución de mis estudios médicos, y sólo en 1881, o sea con bastante demora, me doctoré en medicina”.[22] No se olvide que mucho tiempo antes de esta aseveración (¡cuarenta y dos años atrás!) Freud había expresado a Martha (todavía prometida en aquel entonces) una honda pesadumbre: “Tuve al comienzo la idea de ser… completamente inadecuado para mi difícil profesión”. [23] Esta vacilante vocación médica, ¿afectó el desempeño profesional de Freud? Él no lo creía así: “… considero que mi carencia de una disposición médica genuina no perjudicó mucho a mis pacientes. En efecto, el enfermo no sale muy beneficiado por el hecho de que en su médico el interés terapéutico cobre un tinte afectivo. Lo mejor para él es que el médico trabaje con frialdad y con la máxima corrección”. [24] En rigor, este deslinde con la medicina había tenido lugar desde la década en la que Freud fue Jefe de neurología en el Instituto del Dr. M. Kassowitz (1886-1896). Desde entonces –según sabemos por Ernst Jones–, Freud ya no consideraba que la neurología fuera una ciencia; y no sólo eso, sino que aspiraba a retomar su trabajo científico.
La situación de Freud era por demás compleja: siendo un neurólogo y ejerciendo como tal no creía que la neurología fuera una ciencia. Luego entonces, no se consideraba a sí mismo un hombre de ciencia (puesto que aspiraba a retomar su trabajo científico). ¿Qué es, entonces, lo que Freud hacía?: forjar una disciplina nueva al “cuestionar siempre la regla a través de la excepción múltiple”.[25] En efecto, la sustancia obtenida en su quehacer investigativo no correspondía a la medicina en general ni a la neurología en particular. De manera que paulatinamente fue perfilándose un saber que –sin ser ninguna de las dos disciplinas– hacía las veces de gozne entre la psicopatología clínica y la neuropatología. No otra cosa fue la teoría de las neurosis con la que Freud fundamentó los principios del psicoanálisis.[26]
Un campo epistémico nuevo
Desentrañar la mecánica de las neurosis implicaba un campo de reflexión tan ajena a los neuropatólogos (sólo sensibles a la disfunción neurológica) como a los psicopatólogos (acostumbrados a la descripción fenomenológica y no a lo que Freud llamaba una verdadera exposición metapsicológica).
Circunscribir un objeto de conocimiento nuevo significaba una aportación clínica esencial desde el punto de vista epistemológico. Las neurosis, tal como Freud las definía, representaban una entidad neuropatológica naciente que exigía ser abordadas por una disciplina nueva. Para decirlo con más precisión, puesto que ninguna disciplina antecede a lo que será su objeto de estudio: el psicoanálisis erigió sus fundamentos a medida que las neurosis fueron elucidadas. Así, la técnica freudiana, el método psicoanalítico y los procedimientos para generar nuevos enunciados teóricos fueron respuestas al enigma que la histeria representaba para el saber médico de entonces.
“La historia de los hombres [dice René Char] es la larga sucesión de los sinónimos de un mismo vocablo. Y contradecir es un deber”.[27] Es claro que Freud necesitaba de un otro cuya escucha pusiera en juego las aporías y contradicciones que Freud afrontaba en relación con su medio clínico pero también –y sobre todo– en relación a sí mismo. En esa correspondencia Freud ciertamente hace de la contradicción un deber, y una ofrenda a su corresponsal: “Ahora, considera esto. Paso la vida contrariado y en la oscuridad hasta que tú llegas; echo denuestos contra mí, enciendo mi oscilante antorcha en la tuya calma, me siento de nuevo bien, y tras tu partida recibo otra vez ojos para ver, y lo que veo es bello y bueno”.[28]
De ahí la importancia de destacar el decisivo papel que Fliess desempeñó como catalizador en la configuración de la identidad freudiana: “Lo que se trasluce fundamentalmente de la correspondencia con Wilhelm Fliess es esa dialéctica entre una identidad adquirida y otra en suspenso, pero sin que una tome jamás el lugar de la otra. Por lo tanto, hay una verdadera función epistemológica de la correspondencia privada, en ese momento decisivo. Los intercambios con Fliess, cartas y ‘congresos’, constituyen el campo provisional al que se puede acudir cuando todos los referentes desaparecen (…) El diálogo a solas con Fliess es el lugar a puerta cerrada donde se establece el verdadero discurso. Pero también es ahí donde toma consistencia en su diferencia. El entusiasmo de Freud por Fliess, independientemente de consideraciones personales, tiene una raíz epistémica”.[29]
Como en todo análisis –Lacan fue inequívoco al respecto–,[30] Freud recibió su propio mensaje con la intermediación de Fliess: de esa confidencia diecisiete años ininterrumpida emergió una identidad bifaz: la atinente a su propio análisis y la que a su engendro teórico corresponde: la metapsicología.
Ese momento de la elaboración freudiana cumple con todos los términos que Foucault exigía para el recorte epistemológico de un objeto de estudio: las condiciones de inteligibilidad de esa entidad psicopatológica, nueva y concreta (la neurosis), estaban determinadas por el campo perceptivo que entonces prevalecía. Sin embargo, tal determinación se cumplió aquí de un modo muy específico: fue porque el campo perceptivo de las disciplinas médicas adolecía de un punto ciego que Freud columbró una probable entidad clínica que no figurara en el horizonte de percepción previsto; dicho de otra manera: la condición de (in)visibilidad de la neurosis derivaba de lo que la neurología, la anatomía y la fisiología definían como entidad psicopatológica verificable: si una paciente histérica sufría parálisis pero los exámenes médicos concluían que no había anomalía alguna en los órganos y las funciones necesarias para la locomoción, entonces la paciente mentía, fingía su mal. Freud propuso, por tanto, la noción de una anatomía psíquica en la que tal disfunción efectivamente estaría teniendo lugar. De lo mórbido, sólo la consecuencia estaría manifestándose en el cuerpo; la causa, en cambio, habría de ser pesquisada en una localidad psíquica.
La consecuencia de esta apuesta clínica es evidente: para la verificabilidad de un daño manifiesto en lo somático pero inscrito en un plano alterno, se requería la formulación de un campo perceptivo distinto y de herramientas conceptuales y metodológicas también diferentes que esperaban ser construidas. Se trataba, en suma, de objetivar con el mayor de los rigores posibles un plano fenoménico de orden psíquico.
Si como enseñó Foucault, en cada momento histórico sólo se ve lo que determinadas condiciones de visibilidad permiten y sólo se dice lo que coordenadas de enunciación específicas posibilitan, Freud forzó a ver y leer lo que ya era susceptible de ser visto y dicho. Para decirlo de otra manera: en abierta pugna con el poder médico oficial que detentaba la facultad de determinar el espectro de lo decible y lo perceptible, Freud construyó con su metapsicología condiciones nuevas de enunciación y de visibilidad.[31]
En el campo concreto de la psicopatología, la anomalía histérica iba a contrapelo de lo científicamente esperado, violentando el contexto de saber que enmarcaba la investigación freudiana. Pero se sabe que “la inteligibilidad se gana contra un obstáculo, una resistencia al saber”.[32] No se olvide que de Pinel a Comte, pasando por Bichat y Broussais, se había sostenido que “todas las enfermedades admitidas sólo son síntomas y que no podrían existir desórdenes de las funciones vitales sin lesiones de órganos o más bien de tejidos”:[33] la enfermedad consiste, decía Broussais “en el exceso o defecto de la excitación de los diversos tejidos por encima y por debajo del grado que constituye el estado normal”. [34] Aún más, “De acuerdo con los procesos de la minuciosidad del análisis, se ubicará la enfermedad en el nivel del órgano –y este es el caso de Morgagni–, en el nivel del tejido –el caso de Bichat–, en el nivel de la célula –el caso de Virchow”. [35]
Pues bien: en tiempos de Freud, el no poder explicar la persistencia de una anomalía una vez descartado que hubiera lesión somática de cualquier índole significó –desde el punto de vista epistemológico y también científico– la emergencia de una crisis. No se olvide que crisis es “un concepto de origen médico, referido al cambio que se produce en el curso de una enfermedad, cambio anunciado por ciertos síntomas y con el que va a decidirse efectivamente la vida del paciente”.Y si, en efecto, la función de la razón es provocar crisis” –pues “únicamente las crisis de la razón pueden instruir la razón”–,[36] ¿qué daño inscrito en el espectro tisular esclarecería nunca la sintomática de la histeria conversiva?[37]
Aún más, si como quería Leriche para “definir la enfermedad es preciso deshumanizarla”,[38] si “en la enfermedad lo menos importante en el fondo es el hombre”,[39] si toda patología encuentra su causa última (o primera) a nivel del tejido, podría (como ironiza Canguilhem) existir enfermedad sin enfermo. En abierta oposición a posturas como la de Leriche recién citada, Freud pugnó por humanizar la enfermedad; frente a un cuadro mórbido, lo más importante es el sujeto; mejor aún, lo que el sujeto diga sobre su enfermedad.
Si la noción que Canguilhem tiene del sentimiento normativo (el reconocimiento que un sujeto hace del estado de sus valores orgánicos, por ejemplo) se trenza con la idea de falla como elemento constitutivo de la vida, se percibe de inmediato una clara resonancia con un concepto psicoanalítico basal: el síntoma. Y es que para Freud la cuestión central en este rubro era insertar la anomalía en un proceso discursivo, apalabrar la falla; en suma, subjetivar el síntoma. [40]
Todo síntoma remite a un funcionamiento que falla.[41] Disfunción es el término que tradicionalmente evoca la palabra síntoma. Lo que presupone que algo, el aparato psíquico por caso, no está funcionando como se espera. (Pero, ¿cuál sería el funcionamiento óptimo de un aparato tal?) Sin embargo, el síntoma designa algo más que una disfunción: todo síntoma supone que tal falla en el funcionamiento que se supondría normal produce la emergencia de una verdad. Para Freud, interpretar un síntoma equivalía a descifrar la verdad ahí contenida.[42]
Desde la perspectiva psicoanalítica, pues, la verdad surge siempre en las formas sintomáticas, entendiendo aquí síntoma por una alteración en lo real que desemboca en una amplia gama de estrategias subjetivas de defensa (suprimir, denegar, reprimir, renegar, forcluir, etc.). Todo retorno de lo reprimido (y la compulsión a la repetición es una de sus pruebas más fehacientes) implica el retorno de la verdad misma. Una vez que esta verdad es reconocida (así lo creía Freud en los inicios del psicoanálisis), el síntoma transustanciado en una verdad ya descifrada. Ya avanzada la teoría psicoanalítica, tuvo que reconocerse la interpretación no garantizaba la disolución del síntoma, lo que evidenciaba un fallo en la conceptualización misma de lo sintomático.
Hoy día, no se considera más que el síntoma sea una disfunción: el síntoma devino un funcionamiento otro (tal como Canguilhem define la enfermedad, no en oposición a la salud –que sería la norma– sino como normalidad otra: “la enfermedad no es una variación en la dimensión de la salud; es una nueva dimensión de la vida”[43]). Así, el síntoma no irrumpe en lo real como falla sino que configura una versión otra de lo real. Es por eso que en ocasiones intentar curarlo es contraindicado: por ejemplo, si una toxicomanía apuntala la economía libidinal de un sujeto, sería un despropósito intentar eliminarla pues el síntoma lo es para aquel que lo reconoce como tal y no para –en este caso– el psicoanalista que la observa.
“Curar [recuerda Canguilhem] a pesar de los déficit, es algo que siempre es acompañado por pérdidas esenciales para el organismo y al mismo tiempo por la reaparición de un orden. A esto corresponde una nueva norma individual”.[44] Aún más, “no existe un hecho normal o patológico en sí. La anomalía o la mutación no son de por sí patológicas. Expresan otras posibles normas de vida. Si esas normas son inferiores, en cuanto a la estabilidad, fecundidad, variabilidad de la vida, con respecto a las normas específicas anteriores, se las denominará ‘patológicas’. Si esas normas se revelan, eventualmente, en el mismo medio ambiente como equivalentes o en otro medio ambiente como superiores, se las denominará ‘normales’. Su normalidad provendrá de su normatividad”.[45]
En absoluta concordancia con Canguilhem, la óptica psicoanalítica postula que un síntoma sólo es tal si quien lo padece lo significa así, como algo digno de queja. Un síntoma, por así decir, no existe si no se le confiere credibilidad. Este carácter peculiar del síntoma abre una de sus vías de curación: disolver el síntoma consistiría en dejar de significarlo como falla, como disfunción. Esta variación significante resulta esencial para que el síntoma ceda, pues al designarlo como una función otra la anomalía sintomática desaparece. La terapéutica, entonces, sería eficaz en relación a una creencia más que en relación a la anomalía misma. Dicho de otra manera, la disfunción se manifestaba porque el sujeto le confería al síntoma una creencia signada por lo patológico, por lo anómalo.
En Inhibición, síntoma y angustia (1923), Freud ya daba cuenta de esta posibilidad curativa: si el yo incorpora al síntoma haciendo desaparecer su condición de extrañeza, el síntoma es asimilado disolviéndose su carácter mórbido. Es lo que Lacan llamará posteriormente “identificación al síntoma” (que, dicho sea de paso, es una de las posibles vías para la resolución de un proceso analítico). [46]
Sirva lo antedicho para concluir provisionalmente que el descubrimiento freudiano tiene lugar “con la percepción de la anomalía; esto es, con el reconocimiento de que en cierto modo la naturaleza ha violado las expectativas” que rigen una ciencia; [47] pues, como se sabe, “la novedad ordinariamente sólo es aparente para el hombre que, conociendo con precisión lo que puede esperar, está en condiciones de reconocer que algo anómalo ha tenido lugar”. [48]
Es claro que el objeto neurosis no podía haber advenido del sustrato empírico de la práctica clínica tradicional. Se precisaba fundar un nuevo proceso discursivo que ampliara, por así decir, los rangos de nominación: con el concepto histeria (de las neurosis, la mejor circunscrita), Freud delimitó los márgenes de una superficie significante en la que pudo inscribirse una vasta gama de fenómenos clínicos hasta entonces dispersos.
Psicoanálisis y corporalidad
La noción de cuerpo en psicoanálisis obliga a hacer distinciones puntuales entre aquellos términos que habitualmente se consideran homologables. Lo físico, lo orgánico y lo somático no definen por igual lo que es el cuerpo desde la óptica metapsicológica. Por lo que sería más conveniente hablar de los cuerpos del psicoanálisis. Se hace preciso entonces decantar la especificidad de cada término:
-Lo físico remite a la materia en su encuentro con la physis en cuanto acto productor y generador.
-Lo somático (en oposición a lo psíquico) refiere a esa materialidad del cuerpo vivo o muerto en cuanto cosa tangible, determinable y cerrada. Recuérdese la relación Soma / Sema: (el cuerpo como tumba del alma, en la concepción platónica). Lo somático implica la superficie de referencia, el datum.
-Lo orgánico alude a la articulada disposición de los órganos en su vertiente instrumental.
Lo real del cuerpo deriva, pues, en una vertiente triple (orgánica, física o somática) claramente distinguible. La utilidad de esta cuadrícula corporal puede calibrarse, por ejemplo, al observar cómo las concepciones farmacológicas de un síntoma privilegian la vertiente orgánica pues la lógica consecuencia de un proceso patológico debería evidenciarse en una lesión de órgano. Freud demostró, sin embargo, que ciertos procesos psíquicos se manifiestan en lo somático pero no es posible determinar lesión de órgano alguna, derivándose de ello que los registros somático y orgánico quedaran plenamente diferenciados aunque interconectados por el espectro físico.
En cualquier caso sigue tratándose del cuerpo pero al introducir la noción de anatomía psíquica, Freud sugiere que los órganos pueden estar al servicio de lo somático (por cuanto evidencian una disfunción tangible, verificable en la materialidad corporal), pero que eso sólo es el efecto de una eclosión anterior: la de la emergencia de un conflicto psíquico que recala en un órgano específico que, sin presentar lesión alguna, no funciona adecuadamente desde el punto de vista instrumental por estar interferido a nivel significante.
La tesis que este trabajo sostiene es que el plano físico funge como puente entre lo somático y lo orgánico cuando un fenómeno inconsciente irrumpe en lo real del cuerpo. [49] Así, un síntoma conversivo sería, con toda puntualidad, el momento en que un proceso inconsciente cristaliza en lo somático, lo que hace necesario un apuntalamiento significante (he aquí la consecuencia física) que deriva en una disfunción orgánica.
Y de la misma manera que la physis acaso vincula lo somático y lo orgánico, es lo inconsciente lo que engrana lo anímico a lo corporal, según dijera Freud a Grodeck en una carta del año 1917: “el factor psic. tiene una importancia insospechadamente grande, incluso respecto de la aparición de enfermedades orgánicas (…) el Ic. constituye la auténtica mediación entre lo corporal y lo anímico, acaso el tanto tiempo buscado missing link”. [50] Es claro que la llamada psicosomática señaló desde siempre la laguna en cuyas aguas Freud pondría más tarde el pez de lo inconsciente.
Sirva todo lo hasta aquí dicho para puntualizar que el síntoma, como formación de lo inconsciente, encuentra su cristalización corporal (física, en estricto) por vía orgánica o somática. Todo desfallecimiento en la simbolización tiene siempre un canal perfilado hacia lo real del cuerpo.
En la misma carta a Grodeck antecitada, Freud afirma sin ambigüedad que “el acto inconsciente ejerce una intensa influencia plástica sobre los procesos somáticos tal como nunca puede realizarla el acto consciente”. [51] Así, Freud eleva al estatuto de prerrogativa del inconsciente esta posibilidad de influir plásticamente sobre procesos somáticos.
Y aunque el presente escrito se limita a comentar la incidencia de las tesis freudianas en lo relativo al cuerpo, no puede obviarse el despiezamiento radical que sobre la misma noción operó la tripartición imaginario-simbólico-real propuesta por Lacan. Desde esta perspectiva, nótese la importancia de la aseveración hecha a Grodeck por Freud: que un acto inconsciente se verifique plásticamente ratifica la physis en sus consecuencias somáticas más radicales; es decir, lo inconsciente genera, produce, un efecto material. Si es verdad que lo inconsciente se estructura como un lenguaje, puede repensarse lo que Lacan llamaba la materialidad del significante: en la sintomática conversiva, el cuerpo devendría soporte textual de una gramática inconsciente.
[1] Histeria (1888), en: S. Freud. Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, vol. I, p.45.
[2] Ibid., p.53.
[3] Ibid., p.50.
[4] Lacroix, Jean, “Gaston Bachelard. El hombre y la obra”, en: Canguilhem, Georges, Hippolyte, Jean et al., Introducción a Bachelard, Buenos Aires, Calden, 1973, p.14.
[5] “De hecho, la objetividad de la verificación en una lectura de índices designa como objetivo el pensamiento que está siendo verificado” (Bachelard, Gaston, La filosofía del no [1940], Buenos Aires, Amorrortu, 2003, p.13). Si Freud hubiera seguido los carriles de su saber, habría concluido (como todos sus adversarios) que la histérica fingía sus parálisis.
[6] Bachelard, Gaston, “Crítica preliminar del concepto de frontera epistemológica”, en: Estudios, Buenos Aires, Amorrortu, 2004, p.93.
[7] Bachelard, Gastón, Le rationalisme appliqué, p.38 (citado por Canguilhem, Georges, “Sobre una epistemología concordatoria”, en: Canguilhem, Georges, Hippolyte, Jean et al., Introducción a Bachelard, Buenos Aires, Calden, 1973, p.23).
[8] Bachelard, Gaston, “Crítica preliminar del concepto de frontera epistemológica”, en: Estudios, op. cit., 2004, pp.90-91 y 95.
[9] Histeria (1888) y Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas (1893).
[10] Presentación autobiográfica (1925[1924]), en: S. Freud. Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, vol. XX, p.14.
[11] V. Kriss, Ernst, “Introducción a la primera edición [de la correspondencia Freud / Fliess] de 1950”, reproducida íntegra en: S. Freud. Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904), Buenos Aires, Amorrortu, 1986, p.533.
[12] El término sería acuñado en 1896, tres años después del ensayo recién citado sobre las parálisis.
[13] Nótese que el Proyecto es una suerte de ensayo de lo que un año más tarde sería bautizado como metapsicología. Los primeros apoyos teóricos para lo que sería la nueva psicología fueron, entonces, de orden económico.
[14] Varias obras testimonian este empeño de fundamentar el continuismo psicofísico: La historia y la raíz del principio de la conservación del trabajo [1872], La mecánica y su evolución [1883], Los principios de la teoría del calor [1896], y El análisis de las sensaciones y la relación entre lo físico y lo psíquico [1886].
[15] Strachey apunta en la “Introducción a los trabajos sobre técnica psicoanalítica” (1911-1915) que se sabe por el trabajo biográfico de Jones que “ya en 1908 Freud acariciaba la idea de escribir una Allgemeine Technik der Psychoanalyse (‘Exposición general de la técnica del psicoanálisis’) (…) Pero en ese momento se produjo una interrupción, y resolvió postergar su completamiento hasta las vacaciones veraniegas de 1909. Ahora bien: cuando llegaron éstas, tuvo que terminar el trabajo acerca del ‘Hombre de las Ratas’ y preparar su visita a Estados Unidos, con lo cual la obra sobre técnica fue dejada a un lado una vez más. No obstante, ese mismo verano dijo a Jones que proyectaba ‘un pequeño memorándum de preceptos y reglas de técnica’ para distribuirlo privadamente sólo entre sus partidarios más cercanos. A partir de allí, nada más se volvió a saber del tema hasta fines de marzo del año siguiente, cuando leyó en el Congreso de Nuremberg Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica (1910). En este trabajo tocó cuestiones de técnica y anunció que dedicaría ‘próximamente’ sus empeños a una Allgemeine Methodik der Psychoanalyse (‘Metodología general del psicoanálisis) –presumiblemente una obra sistemática– [V. S. Freud. Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, vol. XI, p.134]. Pero, otra vez, si se exceptúa el comentario crítico de unos meses más tarde sobre el psicoanálisis ‘silvestre’ (1910), hubo una demora de más de dieciocho meses, y no fue sino a fines de 1911 cuando inició la publicación de los seis artículos que a continuación presentamos”. Strachey se refiere a El uso de la interpretación de los sueños, Sobre la dinámica de la transferencia, Sobre los tipos de contracción de neurosis, Sobre la iniciación del tratamiento (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis I), Recordar, repetir y reelaborar (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis II) y Puntualizaciones sobre el amor de transferencia (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis III); en: S. Freud. Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, vol. XII, pp. En efecto, en 1908 Freud le confiaba a Abraham: “Tengo que publicar pronto mis reglas técnicas”; y a Jung: “un trabajo iniciado: Método general del psicoanálisis, cuyo título dice ya todo, progresa muy lentamente”. En lugar del segundo texto (proyecto abandonado en 1910) Freud desperdigó sus indicaciones técnicas en toda su obra. V. cartas a Abraham y a Jung del 9 de enero y del 8 de noviembre de 1908, en: Caparrós, Nicolás (editor), Correspondencia de Sigmund Freud (tomo II), Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, pp.614 y 677 respectivamente.
[16] Existe una variante sintomática atinente no a lo simbólico sino a lo real. En estos casos, el síntoma no cede por la vía de la interpretación (que en lo simbólico desemboca en un desanudamiento significante). Aún más, pretender disolver un síntoma alojado en el registro de lo real por la vía significante está clínicamente contraindicado.
[17] En 1988 Jacques-Alain Miller denunciaba y proponía: “estamos acostumbrados a considerar la psicosis en términos de déficit. Estamos persuadidos de que a ellos, los psicóticos, les falta algo con relación a nosotros. El psicótico es el aporos de nuestro tiempo. Pero quizá sea saludable invertir la cuestión y preguntarnos qué nos falta a nosotros para ser psicóticos. Vayamos más lejos en esta salubridad e intentemos demostrar (…) en qué sentido todo mundo es delirante”. En: Ansermet, François et al., La psicosis en el texto, Buenos Aires, Manantial, 1990, p.117.
[18] V. Miller, Jacques-Alain et al., El saber delirante, Buenos Aires, Paidós, 2005, pp.81-98.
[19] ¿Pueden los legos ejercer el análisis? Diálogos con un juez imparcial (1926), en: S. Freud. Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, vol. XX, p.237.
[20] Ibid., p.236.
[21] Presentación autobiográfica (1925[1924]), op. cit., vol. XX, p.8.
[22] Ibid., p.10. En lugar de los cinco habituales, a Freud le llevó ocho años concluir su formación médica.
[23] Carta a Martha Bernays del 5 de agosto de 1882, en: Caparrós, Nicolás (editor), Correspondencia de Sigmund Freud (tomo I), Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, p.258.
[24] ¿Pueden los legos ejercer el análisis? Diálogos con un juez imparcial (1926), op. cit., vol. XX, p.238.
[25] Zaloszyc, Armand, “Prefacio”, en: Canguilhem, Georges, Escritos sobre la medicina [1989], Buenos Aires, Amorrortu, 2004, p.10.
[26] Cf. Assoun, Paul-Laurent, Introducción a la epistemología freudiana, México, Siglo XXI, 1991, p.119.
[27] Citado en: Droit, Roger-Pol, Entrevistas a Michel Foucault, Barcelona, Paidós, 2006, p.44.
[28] Carta del 3 de enero de 1899, en: S. Freud. Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904), op. cit., p.371.
[29] Assoun, Paul-Laurent, Introducción a la epistemología freudiana, op. cit., pp.120-121.
[30] “… en el lenguaje, nuestro mensaje nos viene del Otro y, para anunciarlo hasta el final: bajo una forma invertida”. V. “Obertura a esta recopilación” (1966), en: Escritos, México, Siglo XXI, 2000, p.3.
[31] “Los enunciados no son frases, ni las visibilidades objetos: no son las ‘palabras’ y las ‘cosas’. En ellos hay que ver más bien las ‘condiciones de posibilidad’ del discurso y de la percepción (…) Estos perfiles ópticos están desdoblados por un discurso (médico, psiquiátrico, jurídico…) inseparable de ellos aunque de otro orden. Hablar y ver son, en efecto, distintos por naturaleza. El objeto del discurso y el de la mirada son diferentes, y pese a su dependencia recíproca, nunca coinciden. Aquí todavía, mutatis mutandis, se recuerda a Kant: la espontaneidad del entendimiento difiere de la receptividad de la intuición” (Droit, Roger-Pol, Entrevistas a Michel Foucault, op. cit., 2006, p.35).
[32] Hippolyte, Jean, “Gaston Bachelard o el romanticismo de la inteligencia”, en: Canguilhem, Georges, Hippolyte, Jean et al., Introducción a Bachelard, Buenos Aires, Calden, 1973, p.33.
[33] Canguilhem, George, Lo normal y lo patológico, México, Siglo XXI, 1978, p.25.
[34] Broussais, Francisco José Víctor, Traité de phisiologie appliquée à la pathologie [1822], 2 vol., París, Mlle. Delaunay, 1822-23 (citado en: Canguilhem, George, Lo normal y lo patológico, op. cit., 1978, p.25).
[35] Canguilhem, George, Lo normal y lo patológico, op. cit., p.172.
[36] Bachelard, Gaston, El compromiso racionalista [1972], México, Siglo XXI, 1985, pp.28 y 34.
[37] Canguilhem, Georges, Escritos sobre la medicina [1989], op. cit., p.102.
[38] “Introduction générale; De la Santé à la Maladie; La douleur dans les maladies ; Oú va la médecine ? » Encyclopedie française, vol. VI, 1936, pp.22-23 (citado en: Canguilhem, George, Lo normal y lo patológico, op. cit., p.64).
[39] Idem, pp.23-24.
[40] Debe evitarse el uso indistinto de los términos anomalía y anormal. Canguilhem hace notar que el Vocabulario Filosófico de Lalande distingue agudamente ambas acepciones: “Anomalía es un sustantivo al cual actualmente no corresponde ningún adjetivo;[40] a la inversa, anormal es un adjetivo sin sustantivo, de tal manera que el uso los ha acoplado convirtiendo a ‘anormal’ en el adjetivo de ‘anomalía’ (…) Así, con todo rigor semántico, anomalía designa un hecho, es un término descriptivo, mientras que anormal implica la referencia a un valor, es un término apreciativo, normativo; pero el intercambio de buenos procedimientos gramaticales ha provocado una colusión entre los respectivos sentidos (…) ‘anormal’ se ha convertido en un concepto descriptivo, y ‘anomalía’ se ha convertido en un concepto normativo”. V. Canguilhem, George, Lo normal y lo patológico, op. cit., pp.96-97.
[41] En las dos cuartillas que siguen, relativas al síntoma, se glosarán las tesis centrales que sobre el tema se enuncian en: Miller, Jacques-Alain et al., El psicoanalista y sus síntomas, Buenos Aires, Paidós, 1998, pp.13-40 en contrapunto con lo que sobre el particular escribiera Canguilhem.
[42] Lacan llevó las cosas al extremo identificando síntoma y verdad: en el prefacio (titulado Du sujet en fin en question) que escribiera para la edición de 1966 de su célebre escrito Fonction et champ de la parole et du langage en psychanalyse (1953), anota al calce que “el síntoma es verdad”: “Le symptôme gardait un flou de représenter quelque irruption de verité. En fait est verité… ”. V. “Du sujet enfin en question”, en: Lacan, Jacques, Écrits, París, Éditions du Seuil, 1966, p.235.
[43] Canguilhem, George, Lo normal y lo patológico, op. cit. p.141. Canguilhem le otorga a este aserto una dignidad filosófica: esta idea “con todo derecho podría justificarse apelando a la teoría bergsoniana del desorden. No hay desorden sino sustitución de un orden esperado o deseado por otro orden que sólo cabe hacer o que sólo cabe sufrir” (Ibid., p.147).
[44] Canguilhem, George, Lo normal y lo patológico, op. cit., p.148.
[45]Ibid., p.108.
[46] Jacques-Alain Miller ha propuesto distinguir el síntoma–verdad (aquel que se manifiesta en el plano de lo simbólico y, por tanto, admite su disolución mediante el desciframiento del mensaje que porta), del síntoma–goce (que se despliega en el plano de lo real y que no cede ante la interpretación). El síntoma–verdad sería, junto con el lapsus, el chiste y el sueño, otra de las formaciones de lo inconsciente. El síntoma–goce, en cambio, sería un medio de la pulsión. (Lacan habló, por ejemplo, de voluntad de goce para designar lo propio de la estructura perversa.) Y es que si el síntoma–verdad está en el plano del significante es porque se le atribuye la propiedad de pedir ser dicho (leído, interpretado). En contraste, no es seguro que el síntoma–goce quiera decir algo, pues lo real no pide nada. Una diferencia importante que Miller establece entre el síntoma y el resto de las formaciones de lo inconsciente es relativa al tiempo. Mientras que el chiste, el sueño y el lapsus se manifiestan de modo fulgurante (al punto que Lacan las comparara con la forma en que lo inconsciente se deja ver), el síntoma persiste en el tiempo. (V. Miller, Jacques-Alain et al., El psicoanalista y sus síntomas, op.cit.).
[47] V. Kuhn, Thomas S., La estructura de las revoluciones científicas, México, Fondo de Cultura Económica, 1985, p.93.
[48]Ibid., p.111.
[49] Habiendo partido de la muy útil distinción hecha por Assoun, presento aquí un diagrama distinto al que agudamente él propone. Cf. Assoun, Paul-Laurent, Lecciones psicoanalíticas sobre cuerpo y síntoma [1977], Buenos Aires, Nueva Visión, 1988.
[50] Caparrós, Nicolás (editor). Correspondencia de Sigmund Freud (tomo IV), Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, pp.168 y 169.
[51] Ibid., p.168.