En el origen nunca hay hechos históricos, sólo mitos. Para abordar lo relativo a estos dos conceptos, mujer y poder (como sustantivo y como verbo), para pensar los efectos, propongo analizar las causas. ¿Cuáles son las figuras más antiguas ligadas a estas categorías? Para responder a esto, articularé dos mitos que engarzan, creo, adecuadamente.
Dios Padre
En el trabajo de un gran filósofo catalán, se analizan a detalle los peligros de (permítanme el neologismo) mayusculizar el entorno. El mismo año (1976) que Lacan concluía su seminario XXIII (El Sinthome) Xavier Rubert de Ventós publicaba sus Ensayos sobre el desorden. Dice de Ventós que “cuando el poder unifica, sólo desordena” (no lo contrario, como podría pensarse).
“Toda Mayúscula [dice] es un atentado contra el medio en que se produce […] el Poder arrasa con los sentidos frágiles y cambiantes de las cosas para hacer de ellas Símbolos Universales […] Todo queda al fin trucado por la mayúscula del Poder: su perdón se transforma en Gracia […] su pregunta no reclama una respuesta sino una Confesión […] Todas las particularidades étnicas, sexuales o culturales [encuentran su] lugar en el seno de la Nación o la Cultura. […] El Poder viene así a fijar y clausurar, a satisfacer y a codificar. […] Nuestra única liberación es la diseminación del Poder hasta que quede reducido a una serie de instancias minúsculas e insignificantes. [Y aquí es donde Rubert de Ventós propone (lo digo con otro neologismo) minusculizar el entorno: “lugares y países en vez de Patrias y Naciones, hipótesis en lugar de Principios, modos de hacer en lugar de Metodologías […] desarticulación de la Teoría en ideologías, de la Epistemología en la proliferación de acercamientos a un problema […] De este modo podrán emerger, por fin, los sentidos no unificados por el Símbolo y los deseos no sublimados en Valores. Para aquellos símbolos y valores del Poder se creará entonces una reserva –un circo quizá– donde iremos todos a ver luchar los Valores Inmarcesibles y los Principios Eternos, la lógica Formal y la Dialéctica, la Tradición y la Clase Universal. Pero una reja cuidará de que no escapen de su espacio simbólico para volvernos a significar y unificar”[1]. El poder, dice Rubert de Ventós, es violencia física cruzada de violencia simbólica.
Veamos los alcances de esta propuesta. Un principio de la filosofía política reza que el poder sólo se conserva mientras no se ejerce. Aún más: sólo detentando un poder que se podría (pero no se debería) ejercer, se obtiene autoridad. Ya sabemos que sólo hay autoridad en tanto reconocida. Pero cuando el poder se ejerce, se pierden dos cosas: el poder mismo y la autoridad. Nunca sobra recordar que cuando los de arriba pierden la vergüenza, los de abajo pierden el respeto.
Cuando el orangután de la horda primordial ejerció su poder acaparando el goce de las hembras perdió la autoridad que ostentaba y fue asesinado. Pero esa violencia física estragó a sus vástagos en forma de violencia simbólica: Religión y Derecho –otras dos mayúsculas– los lastraron, hermanando culpa y deuda. En este psico-mito (como lo denominaba Freud), las mujeres (primero acaparadas y luego repudiadas) fungen como causa antecedente de la violencia física y como causa consecuente de la violencia simbólica. No estoy hablando de causa y efecto, sino de dos tipos de causa. Y esto es importante por lo que más adelante desarrollaré.
“La historia primordial de la humanidad está […] llena de asesinatos. […] El oscuro sentimiento de culpa que asedia a la humanidad desde tiempos primordiales, y que en muchas religiones se ha condensado en la aceptación de una culpa primordial, un pecado original, es probablemente la expresión de una culpa de sangre que la humanidad primordial ha echado sobre sus espaldas. […] Si el Hijo de Dios debió ofrendar su vida para limpiar a la humanidad del pecado original, entonces, según la ley del talión (la venganza con lo mismo), ese pecado ha sido una muerte, un asesinato. Sólo esto pudo exigir como expiación el sacrificio de una vida. Y si el pecado original fue un agravio contra Dios Padre, el crimen más antiguo de la humanidad tiene que haber sido un parricidio, la muerte del padre primordial de la horda primitiva, cuya imagen en el recuerdo fue después trasfigurada en divinidad”.[2]
Tenemos entonces que las consecuencias del asesinato del padre de la horda primitiva despliega todas sus consecuencias en aquello que a partir de eso tuvo lugar: su divinización. Y es ya en su condición de Dios que otro mito aclarará cuál es el agravio contra el verdadero padre originario, Dios Padre, omnipotente.
Hay aquí dos vectores narrativos: el atinente a un tiempo cronológico (“diacrónico”) en el que Dios crea al hombre, crea a la mujer, y acontece que a un patriarca se le da muerte naciendo así el Derecho y la Religión. Y otro vector, de carácter lógico (“sincrónico”) donde una muerte en retroacción será sancionada como crimen por el Derecho que el deceso instituyó, y como causa de culpa que también retroactivamente la Religión calificará como tal.
Siempre après-coup, culpa y deuda harán del hombre asesinado un Dios/ acreedor de las deudas que sus descendientes (la Humanidad toda) buscarán expiar con sacrificios infinitos. Para ese ahora Dios hubo que inventar otro mito, el de la creación de los sujetos que en un futuro anterior habrán sido asesinos y, por tanto, súbditos eternos.
Así, en el tiempo diacrónico, Dios creó al hombre; en el sincrónico, el hombre creó a Dios. ¿Y las mujeres?
Lilit
Todos sabemos que según reza el mito hebreo, Dios forjó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza… pero en ese entonces Eva aún no existía. En efecto: Lilit, la primera mujer de Adán, “ha sido excluida por completo de la Sagrada Escritura, aunque Isaías la recuerda como habitante de las ruinas desoladas (véase 16.6)”.[3]
Cuando Dios dispuso que Adán le diera nombre a todos los seres vivientes, éste se afligió al ver que a cada macho correspondía una hembra. Copuló con algunas de ellas sin obtener satisfacción y se quejó de no tener pareja. Fue entonces que Dios creó a Lilit utilizando inmundicia y sedimento, en lugar del polvo con el que había moldeado a Adán. De esta pareja primordial nacieron Asmodeo y otros demonios.
Adán y Lilit nunca congeniaron. Al copular, ella se negaba a estar debajo aduciendo que estaba hecha de la misma materia que Adán y por tanto no debía existir disimetría alguna. Harta de las quejas de Adán, Lilit decidió abandonarlo, lo que provocó que Dios enviara a los ángeles Senoy, Sansenoy y Semangelof con el objeto de hacerla volver. Lilit se negó en redondo prefiriendo copular con los demonios lascivos del mar Rojo y engendrando más de cien hijos por día. Dios la condenó a perder a la gran mayoría de esos hijos.[4] Los sobrevivientes, además, no tendrían cuerpo. Desde entonces, Lilit insta a los hombres a desperdiciar su semen para que esos hijos se incorporen. Así, un hombre judío tendrá hijos legítimos pero también engendrará descendencia ilegítima (seres que serán lilim, hijos de Lilit).[5]
En un segundo intento, Dios se dio a la tarea de darle otra mujer a Adán. “utilizó huesos, tejidos, músculos, sangre y secreciones glandulares, cubrió luego todo con piel y añadió mechones de pelo en algunos lugares. La escena produjo a Adán tal repugnancia que cuando esta mujer […] se alzó ante él con toda su belleza, sintió un profundo asco. Dios se dio cuenta de que había fracasado una vez más y se [la] llevó. Nadie sabe con certeza adónde”.[6]
En un tercer intento, Dios creó a Eva tomando una costilla de Adán.
En su seminario XIV La lógica del fantasma (clase 16) Lacan se refiere a Lilit como la mujer primordial, ésa que ejerció el oficio más antiguo del mundo (y que no es el que habitualmente se piensa). Para ella, copular con los demonios lascivos del mar rojo era una forma de insurrección. Por tanto, el oficio más antiguo del mundo es el de reconocer un amo… sólo para después reinar sobre él.
Lilit vs. Dios Padre
Así como a partir de un hueso el paleontólogo puede reconstruir todo un esqueleto, en muchas ocasiones –dice Freud–, en manifestaciones presentes se pueden pesquisar los orígenes; y esto sirve para pensar lo relativo al poder y a lo femenino (si nos retrotraemos a Dios Padre y a Lilit) pero también vale para pensar ciertos concepciones del psicoanálisis.
Acaso sorprenda que Freud escribiera a su entonces prometida las siguientes líneas:“¿Qué te ha alejado de mí? […] Espera, cuando yo vaya te acostumbrarás de nuevo a tener un dueño, que será duro, sin duda, pero no obstante, no encontrarás otro que te ame más y que se preocupe más entrañablemente por ti”.[7]
Lo anterior puede matizarse aduciendo que se trata de un muy joven Freud. Sin embargo, hacia 1915 (ya publicados los 3 pilares de la teoría psicoanalítica
–la Traumdeutung, la Psicopatología de la vida cotidiana y El chiste y su relación con lo inconsciente– , ya fundada la IPA, ya escrito Tótem y Tabú, ya en el año de la elaboración de los escritos metapsicológicos) Freud, le escribe a Ferenczi: “¿Quién puede conocer a una buena mujer? Es cierto que ella tampoco sabe nada de sí misma antes de hacer su experiencia con el hombre”.[8]
Es indudable que el psicoanálisis integró a su conceptualización una parte notable de las construcciones sociales dominantes concernientes al sexo, al género, al parentesco y a la filiación. Cualquier discurso (y el de Freud no es la excepción) acusa criterios de formación (es decir una arquitectura conceptual coherente a su época). Un discurso también refleja criterios de transformación (cuando enuncia y propone nuevas reglas para la conceptualización de lo que algo debe dejar de ser). Y también hay siempre criterios de correlación: cómo es que un discurso, aún naciendo en un campo específico, se articula otras lógicas que le son solidarias (un discurso del sometimiento va acompañado de un marco político, de un encuadre jurídico, de un contexto institucional que hará valer la fuerza de la ley o la ley de la fuerza, etc.).
La individualización de los discursos en psicoanálisis implica que hay una responsabilidad en lo que uno enuncia. Y aún cuando se atienda a la llamada disparidad subjetiva, el sujeto siempre será responsable de su posicionamiento subjetivo y de la modalización de su dicho. Freud construyó su obra inmerso en una episteme que es una abstrusa red de discursos científicos, hábitos de pensamiento, tradiciones, creencias, orientaciones de espíritu.
Dicho esto, propongo ensayar un criterio de transformación para este discurso freudiano:
En 1938, estando Freud aún vivo, Lacan habló de la declinación de la imago paterna en un escrito sobre los complejos familiares.[9] Pero no es lo mismo hablar de declinación que de declive. En el mito hebreo, Lilit declina (es decir, rechaza una orden formulada como ofrecimiento): el ser la mujer de Adán. Ya sabemos que todo acto sutil de poder se traduce en proponer sugiriendo, y sugerir ordenando.
¿Acaso esa declinación de Lilit es el agravio primordial contra Dios Padre del que Freud habla? No. El agravio contra Dios estriba en un saber que Lilit detentaba. Más aún: lo que ella sabía y Dios ignoraba. ¿Qué es lo que Lilit sabía? Que Dios, desde siempre, ha estado muerto. Ella no declina ser la mujer de Adán. Lo que declina es obedecer al mandato que formula alguien que no sabe que está muerto. (¿No es éste el núcleo de un sueño analizado en detalle por Freud: el del padre que ignoraba estar muerto?) Y de la sublevación de Lilit se desprendería la declinación de Dios mismo, en la segunda acepción que el vocablo permite: “el que una cosa pierda progresivamente su cualidad” (la omnipotencia, en este caso). Y si Dios declina, ¿qué podemos esperar de Adán y de todos sus sucesores si no el declive, entendiendo por ello la merma paulatina de una cualidad?
Ya sabemos que “la imago del padre concentra en ella la función de represión junto a la de sublimación”.[10] Pero, ¿qué se reprime?: la tendencia sexual , mediante la amenaza de castración y la ley de prohibición del incesto; ¿qué se sublima?: todo lo demás. Dos instancias permanentes así se instituyen: la que reprime, el Superyó; y la que sublima, el Ideal del Yo.
“Está claro que Dios está muerto. Freud lo expresa claramente en su mito
–puesto que Dios surgió del hecho de que el Padre está muerto” [es decir, si Dios deriva del Padre muerto, él también estaba muerto desde siempre]. “La cuestión del creador en Freud consiste pues en saber de qué depende hoy en día lo que de este orden continúa ejerciéndose”. [11]
De todo lo anterior podemos inferir que el feminismo no es el efecto de los excesos patriarcales. Muy por el contrario: el feminismo es el origen del patriarcado. Toda subjetividad patriarcal intenta recuperar lo para siempre perdido, mediante el poder y la violencia: dos formas de sublimación que siguen a la afrenta originaria, reprimida. Y esto es, si seguimos a Lacan, lo que en lo referente a “la cuestión del creador en Freud” continúa ejerciéndose. Dios ya estaba muerto cuando Lilit le plantó cara… pero sin duda es un muerto que todavía apesta mucho.
NOTAS
1 Xavier Rubert de Ventós. Ensayos sobre el desorden, Barcelona, Kairós, 1976,
pp. 9-11.
2 Sigmund Freud. De guerra y muerte. Temas de actualidad (1915), en Obras
Completas, t. XIV. Trad. de José L. Etcheverry, pp.293-294. Las cursivas son
mías.
3 Robert Graves. Los mitos hebreos [1963], Madrid, Alianza Editorial, 1986, p.10.
4 Véase ibid., pp.59-60.
5 Véase: Gershom Scholem. La cábala y su simbolismo [1960], México, Siglo XXI,
1986, p.169.
6 R. Graves, op.cit., p.60
7 S. Freud. Carta a Martha Bernays del 5 de julio de 1855; en: Nicolás Caparrós
(editor), Correspondencia de Sigmund Freud (tomo I), Madrid, Biblioteca Nueva,
1997, p.394. A lo largo de 4 años Freud le escribió a su futura esposa más de
1500 cartas, y la visitó 6 veces. La boda se celebró el 14 de septiembre de 1886.
8 S. Freud. Carta a Sándor Ferenczi del 6 de diciembre de 1915; en:
N. Caparrós (editor), Correspondencia de Sigmund Freud (tomo IV), Madrid,
Biblioteca Nueva, 1999, p.111.
9 Jacques Lacan. La familia, Buenos Aires, Argonauta, 1978, p.92.
10 J. Lacan. Los complejos familiares en la formación del individuo. Ensayo
de análisis de una función en psicología [1936]; en: Otros escritos, Buenos Aires,
Paidós, 2012, p.67.
11 J. Lacan. El Seminario. Libro 7. La ética del Psicoanálisis (1959-1960), Buenos Aires, Paidós, 1992, pp.156-157. Las cursivas son mías.